¿Qué valor tiene la arquitectura popular? ¿Se ha velado por la identidad de nuestros pueblos? ¿Viven los cascos urbanos de las poblaciones más pequeñas de la Región una nueva época? Dos noticias publicadas en los últimos días parecen anunciar que las sensibilidades, al menos, parecen estar cambiando. De una parte, la nueva normativa urbanística que quiere sacar adelante, antes de que acabe el año, el Ayuntamiento de Los Alcázares. Según leo en ‘La Verdad’, incide en la conservación de los edificios singulares que todavía quedan en pie en la localidad marmenorense (algunos firmados por los brillantes Pedro Cerdán y Víctor Beltrí), a la vez que se regula la estética arquitectónica en primera línea de playa, descartando, por ejemplo, los colores chillones, las cubiertas metálicas y los baldosines. De otra parte, en Mazarrón, unos doscientos estudiantes de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Cartagena aportarán, en los próximos tres meses, sus ideas para la renovación urbana. La experiencia arranca con una visita de los alumnos al municipio, para recorrer desde el paisaje minero de los cerros de San Cristóbal y Los Perules a la urbanización ‘sesentera’ de Ordenación Bahía y las misteriosas gredas de la playa de Bolnuevo. Como cualquier pueblo, Mazarrón tiene su singularidad, que hunde sus raíces en su pasado minero. De ahí, por ejemplo, que conserve dos iglesias de la misma época (siglo XVI) prácticamente una a lado de la otra, símbolo de los dos marqueses que controlaron el negocio del alumbre. Y pocos monumentos más: el castillo de los Vélez, la casa consistorial del siglo XIX, la iglesia de un antiguo convento franciscano y alguna torre vigía. Pero de la arquitectura popular apenas si queda rastro. Las casas tradicionales (de gruesos muros y techos de láguena) desaparecieron a la par que se agotaba la riqueza en forma de plomo y plata. Y otro tanto ocurrió con la mayoría de edificios con más caché. Porque cuando el negocio minero decayó, todo lo que tenía algo de valor (las colañas de los techos, las rejas de las ventanas, los azulejos decorados) se vendió antes de emprender la ‘huida’ hacia un nuevo destino con más futuro. Así que Mazarrón hace tiempo que perdió su personalidad arquitectónica y ofrece un casco urbano sin identidad ni carácter, deshilachado y desordenado en lo estético. El Ayuntamiento tiene ahora una oportunidad de oro para aprovechar el torrente de talento y creatividad que esos futuros proyectistas aportarán en los próximos meses. Los resultados se verán después de las vacaciones de Navidad. Será como un gran regalo de reyes. Suerte a todos.