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Miguel Rubio

Microhistoria(s)

“El pasado islámico de Murcia duerme el sueño de los justos”

Cinco años después de que saliera a la luz el ‘tesorillo’ de la calle Jabonerías, el arqueólogo Mario García Ruiz, que dio con el hallazgo de esas 424 monedas andalusíes, habla en esta entrevista (un extracto de la cual ya adelantamos en ‘La Verdad’), sobre la importa de este descubrimiento para profundizar en el conocimiento del pasado islámico de Murcia. Pero, también, del poco aprecio por esa parte de la historia de la capital, de la falta de un museo que reúna todo este patrimonio material e inmaterial y del abandono que aún pesa como una losa sobre el conjunto palaciego y defensivo de Monteagudo. Sus valientes reflexiones tienen el poder de trasladar al lector a esa Murcia del siglo XI, con sus madrasas, baños y mezquitas. Una ciudad poderosa, en lo económico y lo cultural, con una elevada calidad de vida.

¬Usted está entre los arqueólogos que han descubierto un verdadero tesoro. ¿Qué sintió en aquel momento? ¿Se le pasó por la cabeza en algún momento vivir un momento así?

¬Sinceramente yo nunca lo había pensado. La arqueología, a diferencia de lo que se pueda pensar, es una ciencia que cada vez está más especializada, por lo que tu labor sobre el terreno hace que estés inmerso en una cuantiosa toma de datos, con los que elaboras continuas estrategias de trabajo e hipótesis de interpretación de los hallazgos que van sucediéndose. Recuerdo que cuando apareció la orcita, con esas finas laminitas de color dorado en su interior, todo se detuvo de inmediato y el corazón se aceleró por segundos. Era el momento de frotarse los ojos ante la perplejidad del inusual hallazgo. Pero fue un segundo, pues te das cuenta de que lo que tienes entre manos acarrea una gran responsabilidad. En ese preciso momento, te azota la presión desde el punto de vista científico, ya que el “tesorillo” se encuentra en su contexto arqueológico y puede darte más información de la que ya tienes, por lo que el trabajo de excavación debe ser, si cabe, más exhaustivo. Eso sí, para mí, lo más gratificante de la arqueología estriba en que siempre puedes encontrar ese sobresalto ante cualquier fragmento del pasado con el que te tropiezas, por muy nimio que pueda parecer, sin la necesidad explicita de que sea un tesoro.

¬Tengo entendido que le acompañó la suerte, porque ya no esperaban hallar nada más en la excavación de la calle Jabonerías. ¿Cómo fue el descubrimiento?

¬Como bien dices, toda una suerte. Nuestra intervención arqueológica se realizó en dos fases. La primera fue la excavación propiamente dicha del solar, en el cual dejamos unos márgenes perimetrales de seguridad sin tocar. La segunda fase actuó sobre dichos límites. Durante nuestra primera intervención documentamos una vivienda islámica del siglo XI cuyos muros enlucidos presentaban en el zócalo pintura roja sobre fondo blanco, formando motivos geométricos. Su buen estado de conservación permitió que fueran extraídos, pero otros quedaron, presumiblemente, ocultos en los márgenes. La segunda intervención pretendía su recuperación. En dicho trabajo fue cuando apareció la orcita con las monedas. Casualidades del destino, los estucos que queríamos recuperar no los hallamos, pues el muro que los debía atesorar había sido rehecho por una nueva casa del siglo XII. Podemos decir que fuimos a por un enlucido y volvimos con un tesoro.

¬¿En qué ha ayudado aquel hallazgo a la hora de conocer algo más de la historia de Murcia?

¬Sin lugar a dudas es una pieza más del puzzle sobre la historia de Murcia, que se viene elaborando desde la incipiente historiografía de principios del siglo XX hasta la arqueología más cercana que comienza a impulsarse en los años 80. Concretamente, nos ha ayudado a profundizar más, si cabe, en la Murcia del siglo XI, cronología del ‘tesorillo’ y de la vivienda donde apareció. Nos ha dado mucha información, desde el punto de vista general, sobre un momento de la historia de Al-Andalus; convulso ante la disgregación del Califato en los Primeros Reinos de Taifas, donde la ciudad de Murcia, aunque dependiente de la Taifa de Valencia, discurre de manera autónoma en aspectos internos. Es el momento en el que Murcia se postula como una incipiente capital con territorio administrativo bien definido, con un marcado carácter político y poder económico, que le permite instalarse en los flujos comerciales del Mediterráneo Occidental, acompañado del desarrollo de la artesanía y un florecimiento cultural e intelectual, auspiciado por una corte y una aristocracia que la demanda para competir con los otros reinos. Sin lugar a dudas, es en este siglo cuando Murcia sienta las bases para épocas venideras, donde Ibn Mardanis tendrá la capital de su basto reino y en el siglo XIII IBn Hud aglutinará lo que queda del territorio musulmán para frenar a los reinos cristianos.

¬¿Cómo se imagina que fue aquella Murcia del siglo XI? Ayúdenos a imaginarla.

¬Los datos con los que contamos son bastante interesantes, tal y como decía, fue un momento convulso, pero no siempre fue así, un siglo da para mucho, si no fíjese, salvando las distancias, en el siglo XX, que es el que más cercano tenemos. La desaparición del Califato supuso una eclosión de pequeños reinos que, en los primeros momentos, pugnaron por prevalecer sobre el resto. Pero pasada el ansía inicial de acaparar territorios y una vez establecidas las fronteras, cada uno trató, como mayormente pudo, salvo excepciones, de ir a lo suyo y de establecer sus alianzas.

La ciudad de Murcia sufrió una fuerte explosión demográfica. Recordemos que es en este momento cuando se han documentado las primeras viviendas del arrabal de la Arrixaca, auspiciada por la rica huerta que la abastecía, los talleres artesanales de vidrio y cerámica y las incipientes relaciones comerciales que empiezan a establecerse, muy probablemente con el Califato Fatimí del norte de África, algo que con el Califato cordobés era impensable, debido a su conocida enemistad. Este dato, sin duda nos lo aporta el ‘tesorillo’ de la calle Jabonerías. El dueño de las monedas conformó el grueso del mismo en la isla de Sicilia, en este momento región que pertenecía al Califato norteafricano, atestiguado por las cecas sicilianas, que son el porcentaje más alto de las 424 monedas halladas. La parcial autonomía de la ciudad permitió desarrollar una compleja corte que demandó poetas, literatos, sabios, cortesanos, junto a una aristocracia y población que empezó a dejar su impronta en la ciudad. La construcción de fondas, baños, mezquitas, madrasas, almunias, palacios y grandes residencias, parejo a la mayor extensión del zoco, crecimiento de los cementerios y mejora del sistema de alcantarillado junto a la refortificación de las murallas, nos hablan de una ciudad con un amplio espectro de desarrollo y calidad de vida.

Mario García, en la calle Jabonerías de Murcia, en una foto de archivo. / N. GARCÍA

Mario García, en la calle Jabonerías de Murcia, en una foto de archivo. / N. GARCÍA

¬¿Es el pasado islámico de Murcia todavía hoy el gran olvidado?

¬Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que sí. El mejor ejemplo lo podemos encontrar en que Murcia, de manera general, no cuenta con un museo dedicado a su pasado islámico; no existe. De forma particular e inconexa tiene pequeños museos, como Santa Clara o el de la Ciudad; centros de interpretación, como Santa Eulalia o San Juan de Dios, y espacios expositivos públicos o privados, como los restos de murallas o algunas viviendas dispersos por la ciudad. Es una autentica pena y vergüenza que Murcia no pueda contar con un espacio expositivo con superficie suficiente para exponer toda la riqueza material e inmaterial que desde estos últimos treinta años se viene recogiendo de manera pormenorizada. Insisto, el pasado islámico de Murcia duerme el sueño de los justos

¬Dígame, ¿qué haría usted con el arrabal de San Esteban?

¬Sinceramente, considero que. una solución intermedia sería la opción más favorable para los restos arqueológicos, el entorno, los vecinos de la zona y los murcianos en general. Por tanto, dicha propuesta contemplaría, por un lado, enterrar parte de los restos y, por otro, musealizar los que se consideraran más interesantes. Una condición ‘sine qua non’, antes de taparlos, sería terminar la excavación arqueológica, pues quedó inconclusa. Es una oportunidad única, que permitiría saber más sobre el devenir histórico del arrabal. En cuanto a los restos que quedaran visibles, buscaría soluciones arquitectónicas a cota cero de calle, para poder ser vistos desde lo alto, sin olvidar que el gran atractivo estriba también en poder bajar a ellos, por lo que propondría habilitar accesos a determinadas zonas.

¬¿Y con los restos de la muralla islámica que siguen sin ser visitables?

Imagino que se refiere a los de Santa Eulalia, en el bajo y sótano de un inmueble de reciente construcción. Estos restos tienen más fácil solución que los de San Esteban. El trabajo de intervención arqueológica, realizado por mi equipo, y el arquitectónico, obra del estudio Guerao y López, han dejado un conjunto arqueológico protegido y expositivo muy interesante. En este sentido, tan solo quedaría iniciar los trabajos de musealización para adecuar la visita a los restos. Esperemos que, más pronto que tarde, el Ayuntamiento de Murcia, propietario del sótano y parte del bajo que da a la calle Marengo, inicie dichos trabajos. Sería una apuesta clara por ese pasado olvidado del que ya hemos hablado; me consta que están tratando de revertirlo.

¬También el conjunto de Monteagudo sigue a la espera…¿Qué le sugiere ese retraso en la recuperación de dicho entorno?

¬Si el municipio de Murcia tiene un claro exponente de su patrimonio, ese es el conjunto o real de Monteagudo. Atesora, junto a la ciudad, todos los elementos que son el origen de lo que hoy día es Murcia: La huerta con sus acequias, brazales, regueras, azarbes y cultivos. Los restos arqueológicos pertenecientes a residencias palaciegas que funcionaron como almunias, explotaciones agropecuarias ligadas a la aristocracia. El castillo de Monteagudo, fortín y granero de la ciudad. Todo un complejo arquitectónico, patrimonial y paisajístico, que podría ser recuperado como un parque arqueológico vivo. Una oportunidad única que seguimos dejando de lado.

¬¿Debería fijarse Murcia en lo que ha hecho Cartagena con su patrimonio?

¬Sin duda alguna, sí. De hecho, Murcia lo tuvo al alcance de la mano con el extinto consorcio Murcia Cruce de Caminos formado por Ayuntamiento y Comunidad Autónoma, modelo que se inspiraba en lo que con el tiempo ha sido el exitoso consorcio Cartagena Puerto de Culturas; pero creo, sinceramente, que se la dejó morir. ¿La causa? Considero que fueron varios factores, pero, sin duda, el primordial es que la clase política de Cartagena si entendió realmente en qué consistía apostar por poner en valor el patrimonio de su ciudad y arrimó mucho el hombro, de ahí los frutos que ahora recogen. Eso sí, nunca es tarde, pues Murcia cuenta con un patrimonio muy rico y, sobre todo, exponible. La cultura ligada al turismo es una fuente de ingresos nada desdeñable.

¬Sea sincero, ¿da la arqueología para vivir en estos tiempos?

¬La arqueología como profesión liberal, de la que me enorgullezco pertenecer y sigo luchando por seguir apegado a ella de cualquier forma o manera, está en un momento muy difícil y desde luego su futuro no parece que vaya a mejorar a corto o medio plazo. Los recortes de la inversión pública y el drástico descenso de la obra privada han cortado de raíz nuestra profesión.

¬¿Qué descubrimiento arqueológico le hubiera gustado desvelar al mundo?

¬Desde que era pequeño me fascinó Egipto y la egiptología; mis padres trabajaban en una distribuidora de libros y muchos caían en mis manos: los devoraba. Uno de los temas que más me fascinaba era el descubrimiento de la Piedra Rosetta por Champolion durante la expedición de Napoleón a Egipto. Me parecía increíble que durante siglos habían dejado de leerse los jeroglíficos. Egipto estaba lleno de pictogramas sobre piedra, madera, papiro, que nadie entendía y que gracias a la fortuna o al azahar, en 1799, se dio con la posibilidad de poder volver a leer algo que había escrito alguien hacia miles de años. Con los años me enteré que el íbero también es un lenguaje que no se entiende. Siempre he deseado saber qué quisieron expresar los Íberos, esos hombres y mujeres, que vieron venir a los Fenicios, que comerciaron con los Griegos, que vivieron con los Cartagineses y que lucharon con los Romanos. Mi descubrimiento querría que fuera esa Piedra Rosetta, la de aquí.

Nuestro patrimonio cultural en pequeñas dosis

Sobre el autor

Mazarrón, 1967. Periodista de 'La Verdad' y guía oficial de turismo.


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