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Miguel Rubio

Microhistoria(s)

150 familias

Esta no es la Historia de nombres ilustres; ni tampoco de grandes batallas que forjan imperios. Pero no por ello deja de ser importante. Una reciente investigación acaba de poner rostro a 150 genealogías de familias mazarroneras que a principios del siglo XX se vieron obligadas a escapar del hambre que trajo la crisis minera. Buscaron un futuro en Cataluña, y su soltura en el laboreo dentro de las entrañas de la tierra les valió a muchos de estos emigrantes como la mejor carta de recomendación para trabajar en la construcción del Metro de Barcelona y de la red de alcantarillado.

El estudio del historiador local, de raíces mazarroneras, Joaquín Ruiz y la demógrafa Cristina López, titulado ‘Redes migratorias mazarroneras en Collblanc-La Torrasa 1924’, pone nombres y apellidos a esa oleada de emigrantes de las primeras dos décadas del siglo pasado que se establecieron en ese barrio de L’Hospitalet de Llobregat, en el área metropolitana de Barcelona. Ese asentamiento llegó a conocerse como la ‘Murcia chica’ debido a que casi uno de cada cuatro residentes tenía sus orígenes en esta región. Como recuerda Ruiz, Collblanc-La Torrasa, donde nació y reside, surgió casi de la nada gracias a ese fenómeno migratorio. Según el estudio, en 1900 allí vivían 301 personas, frente a los 21.185 que se contabilizaron treinta años después. En 1924, del total de población murciana en ese núcleo, el 8,27% procedía de Mazarrón. «La emigración forma parte de la historia reciente de los mazarroneros en el primer tercio del siglo XX, y, además, es uno de los factores clave para entender los itinerarios posteriores de muchos de ellos ante la represión franquista, el exilio y la deportación», reflexiona el autor.

Esos flujos interiores de población movidos por la crisis industrial han sido objeto de numerosas investigaciones. Pero el trabajo de Ruiz y López arroja luz sobre dos singularidades que caracterizan estas oleadas de mazarroneros con destino al cinturón urbano de Barcelona. La primera, que es «un proyecto migratorio familiar extenso». Esto quiere decir que se marchaba la saga al completo (como demuestra la presencia incluso de mujeres mayores, a menudo viudas), y no solo aquellos miembros productivos, capaces de trabajar y de generar ingresos, como ocurre en otros fenómenos migratorios. La otra singularidad se refiere a que era un itinerario por etapas. El éxodo de muchas de estas familias se inicia a finales del XIX en Cuevas de Vera coincidiendo con el hundimiento de las explotaciones mineras de esa comarca almeriense vecina de la Región de Murcia. Esos clanes se trasladan entonces a Mazarrón, donde el negocio del metal aún se mantiene fuerte y encuentran trabajo. Cuando en el primer lustro de 1900 este distrito también entra en crisis, entonces se trasladan a los cotos de La Unión, donde la minería sigue activa hasta 1916. Y desde allí dan el salto hasta L’Hospitalet, arrastrados por el desempleo que trajo el desmantelamiento del negocio de la minería en la Región. Este es el caso de los Collado-Pérez, una de las 150 familias estudiadas por Ruiz y Pérez.

Fotografía de la familia Collado-Pérez, realizada en el año 1920, cedida por Andrés y Francesc Collado y que aparece en la publicación de Joaquín Ruiz y Cristina López.

Fotografía de la familia Collado-Pérez, realizada en el año 1920, cedida por Andrés y Francesc Collado y que aparece en la publicación de Joaquín Ruiz y Cristina López.

La investigación ya ha sido presentada en Mazarrón y L’Hospitalet de Llobregat. Se trata del primer estudio publicado en papel por la asociación Alumbra Alumbre, historia y memoria. Enhorabuena, pues. Y felicidades por descubrir esas raíces que son la esencia de nosotros mismos.

Nuestro patrimonio cultural en pequeñas dosis

Sobre el autor

Mazarrón, 1967. Periodista de 'La Verdad' y guía oficial de turismo.


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