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Miguel Rubio

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La muerte y el vacío

Nunca antes un panteón funerario había llegado tan lejos en los Premios Regionales de Arquitectura. El profesor de la UPCT Pedro García Martínez ha hecho historia con su capilla funeraria al alzarse con el galardón a la ‘Nueva edificación’. En ‘El espesor del vacío’, en el cementerio de Lobosillo (Murcia), aúna gravedad y luz, creando un espacio «agradable y acogedor» en el que el visitante pueda encontrarse con sus recuerdos. Formado en Madrid, García Martínez colaboró en el diseño del primer rascacielos que Norman Foster levantó en Estados Unidos. «Es extremadamente educado y algo tímido; sorprende lo bien que dibuja a mano, su capacidad de concentración y de trabajo», recuerda del maestro. En esta entrevista, el docente y arquitecto cuenta los detalles de su proyecto ganador.

–No es habitual que los Premios de Arquitectura distingan una obra funeraria. ¿Le sorprendió el galardón?
–Sí, fue una grata sorpresa. Me gusta pensar que independientemente del uso al que está destinado el edificio, el jurado ha reconocido todo el esfuerzo y tesón invertidos; primero, en la realización del proyecto y, después, en la obra. Este es un trabajo que empecé cuando todavía era estudiante. Aún conservo las primeras maquetas, y recuerdo llevarlas al cementerio de Lobosillo para fotografiarlas allí y estudiar cómo incidía la luz en las diversas opciones.
–¿Cómo fue el proceso creativo en esta capilla funeraria?
–Como suelo hacer siempre, partí de un análisis detallado del contexto del proyecto ampliamente entendido. Destacaban las necesidades que planteaba el grupo que integraban los diversos propietarios. Todos descienden de un mismo tronco familiar y todos sienten un especial apego por ese lugar, ya que allí se ubicaba un panteón fundado por sus antepasados en 1926 pero que se encontraba muy deteriorado. No obstante, dicho grupo es mucho más numeroso en la actualidad. Por eso, se ha hecho todo lo posible por no reducir el espacio con el que se contaba. Aunque la superficie es la misma se ha intentado dilatar el volumen pero conservando la estructura inicial con un espacio a pie de calle y los enterramientos por debajo de la planta baja.
–¿Qué otros elementos tuvo en cuenta en el diseño?
–Estudiamos todas las acciones que se iban a llevar a cabo en el panteón. Eso hizo observar que se necesitaba una puerta más amplia, para que pudiera desplegarse en aquellas ocasiones en las que se aproxima un cortejo fúnebre, con un féretro portado a hombros. Los bancos del interior tampoco podían interferir en este proceso, por eso son abatibles. Y finalmente se buscó que la cripta tuviera unas escaleras que permitieran acceder a ella para realizar de forma sencilla tareas de mantenimiento. Encajar todos estos elementos en un espacio de dimensiones tan reducidas fue realmente un reto.
–¿Influyen también las modas en la arquitectura funeraria?
–Cuando hablamos de modas, en cierta manera estamos aludiendo a una serie de costumbres que son propias de un periodo de tiempo o de un lugar. En consecuencia tienen algo de pasajero. El proyecto del panteón, por el contrario, responde a una costumbre ancestral del ser humano: enterrar a los miembros del clan familiar que fallecen y reunirse en ese mismo lugar para invocar su memoria, por lo que intenté hacer algo más bien atemporal. Intenté que el protagonismo lo tuvieran elementos que son igualmente ancestrales para la arquitectura: luz y gravedad. Ambas se combinan en torno a un vacío cuya dimensión, pese a ser mínima, es la clave de la construcción de este espacio. A pesar de su apariencia exterior, el interior es bastante luminoso; he querido aprovechar la luz del Mediterráneo para generar un lugar acogedor, tranquilo y agradable. Una atmósfera interior que envuelve al visitante y que le ayuda a encontrarse con sus recuerdos.

Pedro García Martínez, en el panteón que ha diseñado en el cementerio de Lobosillo. / ANTONIO GIL / AGM

Pedro García Martínez, en el panteón que ha diseñado en el cementerio de Lobosillo. / ANTONIO GIL / AGM

–¿Los materiales empleados son muy diferentes a los de otro tipo de construcciones?
–Son similares a los que se emplean para construir los edificios industriales que poco a poco han ido apareciendo en el entorno cercano al panteón y que ahora caracterizan ese paisaje. Me he ayudado de unas imponentes piezas de hormigón, que se sujetan desde el techo y descienden hasta quedar suspendidas a un metro del suelo. Su potente presencia manifiesta esa acción de la gravedad que va indisolublemente unida a las consecuencias del paso del tiempo.
–¿Tiene esta obra algo de lo aprendido en el estudio de Foster?
–Entre otras cosas, aprendí que para conseguir un buen diseño es necesario, desde el principio, generar y valorar diversas opciones, confrontarlas, descartar las menos idóneas y elegir las que tiene más potencial para seguir avanzando en ellas. Esa misma forma de proceder que descubrí en Foster y que después observé en otros estudios de prestigio, como el de MVRDV en Róterdam, es la que intento llevar a cabo cuando trabajo en un proyecto. Es lo que diferencia una simple construcción de una obra de arquitectura.
–¿Son los cementerios espacios también donde conocer el patrimonio arquitectónico?
–Los cementerios han sido y son importantes espacios en los que conocer y reconocer no solo la memoria de las ciudades, sino también la historia de estas y la de sus gentes. A finales del siglo XVIII, cuando se promuee la construcción de cementerios extramuros, el diseño de estos nuevos complejos supuso un cierto desafío, ya que era una cuestión que hasta entonces rara vez se había contemplado.
–¿Cómo puede contribuir la arquitectura a solucionar problemas tan de nuestra época como el cambio climático?
–A la arquitectura, a la buena arquitectura, la conciencia ecológica llegó hace tiempo. A finales del siglo pasado, cobró vigor la idea de que la sostenibilidad conlleva la reducción de los desplazamientos de los habitantes de la ciudad. Así, el espacio habitable se densifica e hibrida dando lugar a construcciones ecológicas urbanas concebidas como ensamblajes complejos que permiten una flexibilidad mayor en la asociación y transformación de los usos a lo largo del tiempo. En oposición a este, y con objetivos más modestos pero no menos eficaces, el otro modelo nos habla de construcciones realizadas con materiales reciclables y la aplicación de técnicas y productos locales.

Nuestro patrimonio cultural en pequeñas dosis

Sobre el autor

Mazarrón, 1967. Periodista de 'La Verdad' y guía oficial de turismo.


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