Su figura en lo alto de una loma, con sus muros en talud coronados por almenas, garitas en forma de torreón y aspilleras, recuerdan a esos destacamentos de la Legión Extranjera francesa de las películas de infancia. El cuartel de Campillo de Adentro (a tres kilómetros de La Azohía, entre Cartagena y Mazarrón) se alza en mitad de un paisaje semideshabitado de camino a las baterías de costas de Castillitos. Encajonado entre las Cuestas del Cedacero y la sierra de La Muela, durante años se situó en la vanguardia de la lucha contra el contrabando. Entró en servicio en 1924 de la mano de los carabineros para más tarde pasar a depender de la Guardia Civil, tras la fusión de ambos cuerpos. Su desmantelamiento llegó en 1971, y después cayó en el olvido y el abandono. Con la recesión económica, el Ministerio del Interior lo rescató dentro de un plan de venta de patrimonio para ahorrar gastos y hacer caja. En 2003, el mazarronero Blas Subiela lo adquirió a su anterior dueño, una sociedad dedicada a la ganadería. Su sueño era abrir allí un alojamiento rural. Campillo de Adentro cuenta con atractivos suficientes para captar a turistas en busca de tranquilidad y calas vírgenes. Sin embargo, la crisis y los farragosos trámites administrativos, además de su situación personal, le hicieron desistir. Ahora quiere volver a intentarlo, y el primer paso que dará será acometer un proyecto que frene el deterioro del cuartel. La iniciativa pretende salvar de la ruina una construcción singular de la arquitectura de frontera que, pese a su porte e historia, carece de protección cultural. El gesto merece un aplauso por su importancia en la salvaguarda del patrimonio. La construcción (con un aljibe central, ocho viviendas para las familias de los agentes, un pabellón de solteros y la casa del comandante del puesto) está vinculada a otras edificaciones del Instituto Armado repartidas por la bahía de Mazarrón. En el Puerto se mantiene milagrosamente en pie el antiguo cuartel de carabineros, de 1912. Y anexas se localizan las dependencias del edificio de la Aduana, de 1934, proyectadas por Guillermo Martínez Albaladejo y un referente de la arquitectura moderna. En su conjunto, este trío constituye un potente recurso cultural y turístico que las autoridades no deberían desaprovechar.