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Miguel Rubio

Microhistoria(s)

Cuando los niños bajaban a la mina

Pedro María Egea Bruno consiguió, más de una vez, que el público se removiera, incómodo, en sus asientos. Su relato acerca de cómo los niños eran explotados en el laboreo de las minas, y no hace tanto tiempo de eso, transmitió desasosiego al auditorio. Reconozco que a mí la desazón tardó en desaparecerme. Porque los datos que aportó el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Murcia en su conferencia, con motivo del congreso internacional Phicaria de Mazarrón, conmovían a cualquiera. El 40% del trabajo en las entrañas de la tierra lo hacían chavales de entre 10 y 12 años, conocidos como gavias. El motivo: solo sus cuerpos menudos podían acceder por las angostas galerías, sin entibar para ahorrar gastos. Su labor consistía en acarrear mineral en capazos de esparto, en turnos de doce horas, de día y de noche. Pero hay más. El castigo corporal era el pan nuestro de cada día para estos niños sin infancia. Prueba de ello es que el encargado de esos pequeños peones era el llamado ‘capataz de correa’. Solo escuchar su nombre ya asusta. Fuera, en los lavaderos, el trabajo no era menos penoso. Chavalillos de 8 y 9 años se tiraban el día pedaleando sobre las balsas para mover los fangos y así decantar el mineral. “Se pasaban las crudas mañanas de invierno llorando a lágrima viva, tiritando de frío”, citó Egea Bruno. A todo esto, la alimentación era escasísima: “un trozo de pan y una granada o un pimiento”. El duro trabajo y la poca comida se notaron durante décadas en la corta talla de los mozos que eran llamados a filas para cumplir con el servicio militar. Por supuesto, en ese tiempo los niños ni asomaban por la escuela; su obligación era otra: bajar a la mina. Así la tasa de analfabetismo resultaba descorazonadora: nueve de cada diez menores no sabían leer ni escribir. Quizás lo peor de todo es que ese maltrato se practicaba con la aquiescencia de los caciques de turno. En su charla, el profesor Egea recordó el caso del alcalde Ginés Paredes Jardín, diputado provincial y dueño de uno de los lavaderos, que permitía que estos niños-esclavos fueran “abofeteados y tratados a cañazos”. Horrible.

Obreros en la mina 'Impensada'. La foto pertenece al libro 'Mazarrón, 1900' de Mariano Guillén.

El historiador enganchó al auditorio con su conferencia, en la que hizo un repaso por la minería contemporánea. Una actividad que dejó más miserias que gloria en Mazarrón, según el balance con el que concluyó el ponente. La minería cesó definitivamente en 1970. Ahora parece existir un interés por reflotar la actividad. “Quedan recursos naturales y existe la tecnología, pero el impacto ambiental sería grande”, advirtió. La última palabra la tienen los mazarroneros.

Nuestro patrimonio cultural en pequeñas dosis

Sobre el autor

Mazarrón, 1967. Periodista de 'La Verdad' y guía oficial de turismo.


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