Este 2014 se cumple el centenario del inicio de la Gran Guerra, que desangró Europa y cambió fronteras. Y aunque España se mantuvo neutral, como decretó el gobierno de Alfonso XIII a los pocos días del estallido, el conflicto tuvo sus consecuencias dentro de nuestras fronteras. También, por supuesto, en la Región de Murcia, en dos vertientes: la económica y la militar. Por ejemplo, marcó el principio del fin de algunos cotos mineros, que ya no levantarían cabeza. Influyeron varios motivos; el principal, que el capital extranjero era el que mantenía a flote las explotaciones. En Mazarrón, detrás de la Compañía de Águilas, que a finales del siglo XIX se hizo con los mejores filones, estaba un grupo de inversores franceses; mientras que la fundición Santa Elisa, la primera de España con 500 trabajadores y una producción de 20.000 toneladas de plomo, contaba con respaldo de capital alemán. Así que, con sus gobiernos enfrascados en la refriega, la actividad de estos empresarios se resintió ya desde los primeros momentos de confusión, cuando también se movilizaron, para defender sus países, muchos de los ingenieros extranjeros que trabajaban en las explotaciones de la Región. La puntilla llegó poco después: se cierran los mercados internacionales y los metales son considerados “contrabando bélico”, como explica el catedrático Pedro María Egea Bruno en su artículo ‘Mazarrón en la minería contemporánea’, de las jornadas de estudio Carlantum.
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Plano de un submarino alemán de la I Guerra Mundial.
En el plano militar, las líneas de trincheras se localizaban a miles de kilómetros, pero las aguas costeras de la Región se convirtieron en el escenario de otro frente, protagonizado por la Armada Imperial Alemana. Con el fin de derrotar la supremacía naval de Reino Unido, su principal enemigo en este lado del continente se embarcó en el desarrollo del arma submarina, para hacerse los dueños en el bloqueo del Mediterráneo. El investigador mazarronero Juan Martínez Acosta recuerda algunos ataques, como el hundimiento del ‘Cornubia’. Este vapor, cargado de legumbres y procedente de Alejandría, fue torpedeado, a principios de septiembre de 1915, por el ‘U39’ al mando del capitán Walter Forstmann, a unas 75 millas de Cartagena. Antes de mandarlo a pique, el oficial germano permitió a la tripulación abandonar la nave. Los 21 marineros arribaron a Puerto de Mazarrón en un bote salvavidas. Martínez Acosta, además, rescata la leyenda de cómo algunos matuteros abastecían clandestinamente de suministros a los submarinos alemanes al resguardo de la isla de Adentro. Aunque el sumergible más temido fue el ‘U35’, que hundió 226 buque durante la Gran Guerra, y que en junio de 1916 originó un conflicto internacional al atracar en Cartagena, comprometiendo la neutralidad de España.