El primo Felipe
Hace ya 65 años que se convirtió en miembro, por casamiento, de la Familia Real británica. Con voz. Sin voto. El primo Felipe es primo de sangre de la reina Isabel. En segundo grado por parte del rey Christian de Dinamarca y en tercero por la reina Victoria de Inglaterra. Y no es un primo (de los otros) por mucho que haya ido siempre un paso detrás de la Reina. Narran quienes han escrito de su historia que se casaron por amor. Y léase amor entre un hombre y una mujer, no entre un hombre y una corona. De ahí que al príncipe Felipe, ese personaje enigmático y protagonista de las más anécdotas más variopintas, renunciara sin rechistar a todo lo renunciable para recibir el visto bueno de su suegro antes de salir convertido en duque de Edimburgo de la Abadía de Westminter el 20 de noviembre de 1947.
La princesa Isabel y el príncipe Felipe, el 20 de noviembre de 1947.
Sin tener en cuenta lo no público, la letra pequeña de las capitulaciones matrimoniales, que seguro habrá, Felipe renunció a apellido, religión y derechos dinásticos (que se dice pronto) a cambio un vida en la sombra. Borró para siempre el Battemberg de reminiscencias alemanas para adoptar el apellido Mountbatten; pese a crecer dentro de la ortodoxia griega, se convirtió al anglicanismo, y dejó a un lado los títulos de Grecia y Dinamarca a cambio del título de duque de Edimburgo, con tratamiento de Alteza Real. Bien es cierto que diez años después del matrimonio, la ya reina Isabel II lo nombró príncipe del Reino Unido. Claro, que entremedias, en 1952, con la subida al trono de su esposa, el príncipe Felipe sufrió una de las mayores afrentas de estos 65 años de (dicen) feliz matrimonio. La Reina se opuso a aceptar el apellido de su marido y, por tanto, al nacimiento de la Casa Mountbatten. De ahí que ahora los Windsor sean Windsor.
Pero el primo Felipe tragó saliva y siguió caminando un paso por detrás de la Reina. Y ahí sigue.