Desde hace meses, desde que don Juan Carlos abrió la veda yéndose de cacería a Botsuana en un fin de semana en el que sus súbditos aguantaban la respiración por si Europa lanzaba un rescate sobre España, los miembros de la Familia Real han recibido críticas, pitadas y abucheos públicos. Lo nunca visto hasta ahora en democracia. Anoche se repitió la historia en Barcelona. Esta vez, en un recinto cerrado, en el Liceo. Fue aparecer en el palco de honor don Felipe y doña Letizia y… Zas… En la frente. Y el Príncipe, nacido en Palacio, educado y preparado para reinar, mantuvo el tipo. La Princesa, nacida en un hogar de clase media, educada y preparada para ganarse la vida como periodista, no. Para muestra, las fotografías del acto, con una doña Letizia con cara de circunstancias. Hablando en plata, con cara de muy mala leche.
Dijo la hoy princesa de Asturias en su presentación ante los medios como prometida del futuro Rey de España que su ejemplo a seguir sería doña Sofía. Y la Reina, que de esto de reinar sabe un rato, que de esto de ver cómo un pueblo la arropa y luego la despoja de todo también (no hay que olvidar que su familia tuvo que salir de Grecia por la puerta de atrás), seguro que a doña Letizia le dijo en alguna ocasión que las princesas no se enfadan. Que su cara no puede ser el reflejo del alma. A doña Sofía, por ejemplo, la pitaron en Valencia. Y ella, como si nada, hizo oídos sordos y mantuvo la sonrisa. A doña Letizia, cada vez que algo no le gusta, no lo puede disimular. Es humana. Casi todos reaccionaríamos como ella. La diferencia es que ella es princesa, la futura Reina de España. Y una reina no se enfada. Una princesa tampoco. Va en el contrato.