Todo es cuestión de plomo. O de aplomo. Ahí estriba la diferencia entre la alta costura y la costura a secas. También entre una Reina y una aprendiz de reina. Por si alguien tenía dudas, Isabel II ha desvelado su secreto. Bueno, más bien, quien lo ha desvelado es quien maneja patrones, alfileres y agujas y ha conseguido con su particular sello que a la Reina de Inglaterra la veamos como es, o como ha querido mostrarse. Aunque si la princesa de Asturias, primero, y la duquesa de Cambridge, después, hubieran sabido de ese pequeño truco que durante décadas han empleado los mejores modistas, probablemente ellas no nos hubieran enseñado su ‘secreto’, por no llamarle bragas, al resto de los mortales. Pesos, unos sencillos pesos en el bajo de la falda y… Todo resuelto. Solucionado. No hay dobladillo que traicione a Isabel II. El viento no va a poder con ella. Ni con el largo de sus faldas, perfectamente asentadas por debajo de la rodilla. A sus 86 años, con cientos de actos públicos a su espalda y miles de instantáneas, a la Reina de reinas jamás se le ha pillado en un renuncio. Se la ha fotografiado bajo la lluvia, con un sol de justicia, con rachas de viento, incluso con nieve… Pero ni así ha propiciado una jugosa imagen a los paparazzi; de esas que se recuerdan, por nada bueno se entiende.

A su impecable imagen, que, guste o no, es acorde a los cánones que se fijó o le fijaron décadas atrás, se une la lealtad a una misma diseñadora que ahora, con permiso real, abre el armario de Buckingham para decir mucho y contar más bien poco. Tanto es así que con el titular con el que nos quedamos es el de los dobladillos de su falda, donde se colocan esos acertados pesos que consiguen que ni un huracán se atreva a alzar unos centímetros esas faldas de tradicional, o rancio, patronaje.
Y, claro, leído el titular, lo que viene a la mente es la inoportuna ráfaga de viento que dejó al descubierto las bragas de la princesa Letizia. O las de la duquesa Catalina. A una reina (intenten hacer un rápido repaso visual) es difícil pillarla en un renuncio así. Años atrás un cronista real daba con la clave: las reinas no van a la moda, las princesas sí. Y por eso pasa lo que pasa, porque ellas no llevan plomo. Y les falta aplomo.