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Como cagancho en Almagro

Descubrí la pasión popular por los toros hace más de dos décadas cuando tuve la fortuna de trabajar, mesa con mesa durante años, con una de las grandes figuras de la crónica taurina, el añorado Vicente Zabala, fallecido en un accidente en 1995 cuando viajaba a la Feria de Cali (Colombia). Pero siempre he contemplado el mundo del toro desde la barrera del periodismo, con la curiosidad propia de este oficio pero con un cierto distanciamiento. En realidad he disfrutado más con las críticas taurinas de Vicente Zabala o del también desaparecido Joaquín Vidal, con la belleza plástica de las imágenes de Ignacio Gil y con los rejonazos que se propinan los columnistas partidarios y detractores de José Tomás que con las faenas de las primeras figuras de la tauromaquia. Lo ocurrido en el Parlament de Cataluña con la prohibición de los toros tiene que ver muy poco con esas viejas controversias intelectuales en las que participaron Valle-Inclán, Gasset y Lorca del lado taurino y Unamuno, Larra y Lope de Vega desde el antitaurino, como describió ayer, en un artículo excepcional, César Oliva en las páginas de opinión de ‘La Verdad’. Las coordenadas del debate actual se sitúan en el marco de una estrategia del nacionalismo catalán más excluyente, de una clase política que aprovecha la legítima presión de los defensores de los derechos de los animales para apuntillar un símbolo de la cultura española. El resultado ha sido una prohibición que impide asistir en Cataluña a espectáculos taurinos, excepto los populares ‘carrebous’ que gozan de marchamo catalanista, y que nos retrotrae a los tiempos en los que había que viajar hasta los cines de Perpignan si se quería ver a Sylvia Kristel en todo su esplendor. Resulta paradójico porque sucede en la tierra que fue cuna del movimiento anarquista y libertario, donde una localidad (Vilanova i la Geltrú) desafió la prohibición franquista de los carnavales y donde los creadores burlaban de mil formas las censuras del tardofranquismo inspirados en el ‘prohibido prohibir’ del mayo del 68. La otrora Cataluña cosmopolita, aperturista, tolerante y moderna es invadida por un provincianismo nacionalista capaz de proponer, como hizo un teniente alcalde de ERC en 2006, la eliminación de los sombreros mexicanos de los puestos de venta de las Ramblas, aduciendo su nula relación con Cataluña. Pedir «que no se politice» una decisión tomada por la clase política, como hace Zapatero, es todo un contrasentido dirigido sólo a proteger las aspiraciones electorales de Montilla, quien, pese a su voto en contra, ha quedado para la historia del toreo peor que Cagancho en Almagro, aquel famoso torero de los años 30 que, preso del miedo al toro y a la ira popular, abandonó el ruedo protegido por la Guardia Civil.

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