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Tea party

Cuando el presidente Obama reconoció esta semana que había recibido una auténtica «paliza» electoral se puso en evidencia la grandeza del sistema democrático estadounidense, que se nutre de políticos capaces de reconocer los fracasos y de ciudadanos que barren de un plumazo a aquellos dirigentes en los que aprecian cualquier atisbo de mentira o intento de ocultar la verdad. Los políticos españoles han incorporado el marketing electoral norteamericano a sus mítines, aprovechan el potencial de las redes sociales para lanzar mensajes y se han leído de arriba a abajo las obras de George Lakoff y otros gurús de la comunicación política. Han aprendido mucho de estrategia y propaganda, pero siguen sin asimilar lo esencial, aquello que diferencia a un líder con sentido de Estado, visión de futuro y discurso coherente de un político de regate corto e incontenible verborrea. En una entrevista publicada hace una semana, Rajoy acertó al poner sobre la mesa la necesidad de reorganizar el Estado para garantizar la sostenibilidad de nuestro modelo económico, pero dejó un flanco abierto al pronunciarse sobre varias cuestiones sociales con cierta ambigüedad. En la primera legislatura de Aznar, el PP fue un “catch-all party” que se granjeó adhesiones a derecha e izquierda del centro sociológico porque priorizó el perfil reformista sobre el ideológico. Luego llegó la boda de la hija del ex presidente en la basílica de El Escorial y otros gestos que le granjearon una antipatía social y el calificativo de “nasty party” que se acuñó años antes para los tories británicos. Ahora, a cuenta de esa entrevista a Rajoy y de algún verso suelto como el alcalde de Valladolid, Rubalcaba se trabaja el mensaje de que el PP es el “tea party” español, una derecha extrema que maneja una agenda oculta repleta de políticas antisociales. En lugar de perseverar en sus propuestas reformistas, los populares también se recrean en ideas fuerza del mismo tenor para contraatacar: Zapatero está sobrepasado por la crisis, maneja una agenda oculta (la negociación con ETA) y tiene tics autoritarios porque impide a la oposición votar 22 enmiendas contra la congelación de las pensiones. En un país sumido en una grave crisis que no sólo es económica, el principal afán de ambos partidos no debería ser aplicar estrategias para desacreditar al rival y lanzar cortinas de humo para diluir las discusiones de calado. Al final los debates importantes se apagan y prevalecen los propios de una barra de bar, como la peregrina propuesta del PSOE de utilizar como criterio el orden alfabético para designar el apellido de un hijo cuando no hay un acuerdo de los padres. Sólo cuando pasen las elecciones, ya no será necesario enmascarar la realidad y nos encontraremos ante la cruda situación de un país con ayuntamientos en quiebra técnica y comunidades autónomas con muy serios problemas de liquidez.

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Las claves de la actualidad analizadas por el director editorial de La Verdad

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