El salvaje ataque al consejero Pedro Alberto Cruz debería haber servido para haber cerrado filas ante la barbarie, escenificar una repulsa colectiva ante quienes recurren a la violencia e inocular cordura ante un hecho de extrema gravedad. Pero en lugar de aferrarnos a los que nos une frente a los violentos y exhibir fortaleza democrática, la semana ha sido una espiral de lamentables despropósitos en el que la clase política ha mostrado su cara más irresponsable ante el regocijo de quienes, sin dar la cara, jalean la agresión verbal y la confrontación cainita en una sociedad que pierde aceleradamente los valores éticos más elementales. No acertó Valcárcel cuando insistió durante varios días en atribuir difusamente la responsabilidad del ataque a la izquierda. Es tan injusto y desmedido como el acoso que su familia ha soportado de unos pocos. Tanta persistencia en ese mensaje resultó inapropiada en quien es el presidente de todos los murcianos, también de los de izquierda. Y es que muchas personas sin nada que ver en todo esto se sintieron con razón ofendidas. La reacción del PSOE fue más sutil porque mientras Retegui mantenía una prudente llamada a la calma, el equipo de Rubalcaba se encargaba de filtrar la identidad del presunto agresor y del principal testigo de cargo, el propio consejero de Cultura, dos temerarias imprudencias que han tenido consecuencias en este torbellino de crispación. La templanza duró poco en las filas socialistas. Al cuarto día, Retegui vino a avalar el “todo vale”con su explicación sobre el apelativo “sobrino” para referirse a Cruz y Saura se pasó de frenada al afirmar, sin presentar un solo dato, que la agresión al consejero «probablemente fue privada». El relato de la lista de disparates y excesos, incluidas las 72 horas bajo arresto del joven Joseda con unos indicios probatorios muy débiles, podrían ocupar varios artículos de este tamaño en los que habría que hacer también autocrítica sobre el papel de los medios de comunicación en su conjunto. Lo más urgente no es, sin embargo, la atribución de responsabilidades, con ánimos revanchistas, personales o electorales, sino asumir las propias que corresponden a cada uno para aprender de los errores, propios y ajenos, y evitar que un acto de violencia fascista vuelva a repertirse en una sociedad democráticamente adulta. Si el Gobierno regional y la oposición se empeñan en mantener las heridas abiertas, en lugar de tender puentes, harán un flaco favor a esta Región. Los tiempos exigen al PP y al PSOE otros modos de hacer política, sin imposiciones ni descalifaciones personales, donde la acción de gobierno y la crítica al poder discurran civilizadamente. Si no hay un empeño colectivo y prioritario por elevar el nivel de calidad democrática, triunfará la ley de la selva y volveremos a la caverna.