En una terraza de verano frente al Antiguo Mercado de La Unión, el maestro Enrique Morente se afanaba pasada la medianoche, hace justo un año, en probar bocado después de una noche mágica de arte flamenco. Una hora antes, había puesto en pie al público que abarrotó la ‘Catedral del Cante’, pero en esa madrugada del mes de agosto resultaba muy difícil que pudiera relajarse. Eran constantes las interrupciones de quienes querían saludar o fotografiarse con una leyenda viva del flamenco en el cincuenta aniversario del Festival del Cante de las Minas. A nadie negó un saludo, una foto, un gesto de gratitud. Cuando finalmente cesó el peregrinaje de admiradores, con un hilo de voz que contrastaba con el derroche de garganta mostrado sobre el escenario, el artista granadino contó a sus contertulios sus planes para colaborar en un documental sobre los cantes de los mineros en todo el mundo. Meses después, el infortunio, o algo peor, nos dejó sin Morente y su insustituible torrente creativo. Anoche, sobre el mismo escenario, su hija Estrella demostró que en el mundo del flamenco el duende se transmite en los genes, pero que hay que pulir el talento innato con mucho sacrificio y darlo todo para triunfar en plazas tan exigentes como La Unión. Pocas cosas son casuales. La calidad de sus galas flamencas han hecho del Festival del Cante de Las Minas el principal evento cultural de la Región y uno de los de mayor proyección internacional en España. Pero la grandeza del festival reside fundamentalmente en que se han preservado de generación a generación, además de los cantes mineros, un conjunto de valores que hoy están en desuso en el conjunto del país y que están en las raíces de nuestra crisis económica: la cultura del esfuerzo, la competencia leal, la excelencia y la valoración social del talento y la innovación. Son atributos que están ligados a la propia historia de una localidad minera donde la vida nunca fue precisamente fácil, pero cuyos habitantes se crecen ante la adversidad. No hay que ver más que los progresos de los últimos años en torno a la tradición minera y flamenca del municipio. Difícilmente se puede hacer más con menos en un contexto tan complejo como el actual. No son las victorias ni las derrotas, sino el ánimo y la ambición con que se lucha en los momentos duros lo que forja los liderazgos y saca lo mejor de cada individuo. Hace un año muy pocos habrían creído que la regeneración de Portmán podría iniciarse con prontitud debido a la coyuntura económica. Pero lo cierto es que la insistencia de La Unión y la receptividad del Ministerio de Medio Ambiente han hecho posible que comience a restañarse la herida medioambiental más grave e ignominiosa de todo el litoral mediterráneo. La esencia de esta actitud ante la vida de los unionenses está representada en uno de sus vecinos, a quien el Ayuntamiento rindió homenaje esta semana: Pedro Sánchez Conesa, enfermo de silicosis en su grado máximo y con un solo pulmón, que sufrió un infarto de corazón y otros gravísimos achaques que aún arrastra con duros tratamientos. Pese a todo, Sánchez Conesa sigue luchando a sus 83 años como lo hizo cuando no era más que un niño de once y comenzó como aguador y ‘arrastrador’ en la mina. Todo un ejemplo de superación, sacrificio y lucha para los tiempos que corren.