«Galicia es una tierra de políticos y sardinas. Las sardinas nacen unas de otras y los políticos, también. Para ser un político gallego, lo primero que se necesita es ser pariente de otro político gallego». Así lo dijo el gran periodista y escritor pontevedrés Julio Camba hace noventa años en su libro ‘La rana viajera’. Nieto de un político gallego, Mariano Rajoy ya ha sido ministro, vicepresidente y desde hace unos días es el presidente del Gobierno, lo cual le habría parecido el súmmum a Camba: «Al gallego, hombre de espíritu aventurero, no le arredra la incertidumbre de su porvenir en tierras de América. Va a Buenos Aires por afán de ver mundo, aun suponiendo que, una vez allí, no será millonario ni nada. En cambio, si un gallego se arriesga a ir a Madrid es con el propósito de llegar a ministro. Cualquier otro cargo inferior no le compensaría las fatigas del viaje». Después de dar tumbos por el mundo escribiendo crónicas saturadas de ironía para varios periódicos, así como diversos libros sobre la realidad sociopolítica que encontró a su vuelta, Camba se retiró del mundanal ruido en 1949, convirtiéndose durante trece años, hasta su muerte, en el inquilino de la habitación 383 del hotel Palace de Madrid. Ayer, el nuevo inquilino del Palacio de La Moncloa durante los próximos cuatro años, el también pontevedrés Mariano Rajoy, nieto de Enrique Rajoy Leloup, concejal y redactor del primer Estatuto de Autonomía de Galicia, tomó las primeras decisiones importantes de su mandato. Si es cierto que España vivió alegremente demasiados días de vino y rosas, gastando mucho más de lo que ingresaba, el Consejo de Ministros de ayer representó lo más parecido al entierro de la sardina en términos políticos. Se acabó la fiesta, eso está claro, como también que arranca una nueva etapa de duras medidas para intentar desde la austeridad resurgir de las cenizas. Rajoy no compareció tras la reunión de su gabinete, pero sí desfiló ante los medios de comunicación un cortejo de ministros (Sáenz de Santamaría, Montoro, De Guindos y Báñez) con aire solemne, casi fúnebre, para explicar que el déficit público alcanzaría el 8% (dos puntos más del objetivo comprometido en Europa) y que eso significa un agujero de 20.000 millones de euros que España debe tapar. Sin especificar qué parte de ese desfase corresponde a la Administración central (gobernada por el PSOE) y qué parte a las comunidades (las más deficitarias son dirigidas por el PP), la vicepresidenta anunció un recorte de 8.900 millones en el gasto y lo que nadie esperaba, porque siempre se dijo que no se haría: una subida de los impuestos. Solo los pensionistas y los parados (se actualizan las pensiones y se mantienen los 400 euros) se libraron ayer del recorte histórico de Rajoy. Y, como advirtió Sáenz de Santamaría, estamos «al inicio del inicio» de todas las medidas que el Gobierno tomará para recuperar la senda del crecimiento. Al ver la comparecencia del núcleo duro del Gobierno, no pude dejar de interrogarme sobre qué estaría pensando Rajoy en alguna estancia de La Moncloa y qué escribiría Julio Camba sobre todo esto si aún estuviera vivo en la habitación 383 del Palace. Apostaría a que, con una sonrisa en los labios, Camba dejaría escrita una crónica, se comería unas sardinas y luego haría las maletas. Como una rana viajera.