La percepción de los estilos de gobierno se acuña con las primeras decisiones y la forma en que se comunican. Calan en la opinión publica con tal fuerza que luego resulta muy difícil alterar esa visión a lo largo de una legislatura. Cuentan las crónicas de la época que los gobiernos y políticos de la República trasladaron la imagen a la sociedad de que el rasgo esencial del nuevo régimen sería el verbalismo: mucha arenga y discurso brillante pero con una enorme incapacidad para superar la fase meramente enunciativa de los problemas del pais. Por el contrario, Suárez transmitió rápidamente la idea de que el consenso sería la sustancia política de la Transición. Zapatero también mostró pronto sus maneras. Con la retirada de las tropas de Irak y la derogación del travase del Ebro, sus primeras decisiones, exhibió que la política de gestos y guiños a sus votantes serían la evolución natural de su cacareado talante y la clave de bóveda de su estilo de gobierno, al menos hasta el inicio de la crisis de la deuda en mayo de 2010. Rajoy atraviesa esta fase iniciática en una situación económica muy adversa y en un clima social de ansiedad por los efectos de la crisis en el empleo. Su estreno está marcado por una medida impopular, la subida del IRPF, que es contradictoria con su programa y por tanto difícil de explicar. Rajoy sabe que no tiene la seducción mediática de Zapatero y aspira a convencer fiándolo todo a los resultados de su gestión. También es consciente de que su victoria fue producto de la combinación del desgaste del expresidente y de su propia habilidad para administrar los tiempos, exponiéndose públicamente lo imprescindible a fin de reducir el margen de error. La vicepresidenta Sáenz de Santamaria lo dejó claro. Si Rajoy no comparecerá personalmente para explicar el tijeretazo y la subida de impuestos hasta después del 30 de enero es por «economía procesal». Dará la cara entonces para detallar todo lo aprobado de una sola tacada. Mientras, silencio sepulcral de un presidente que ha demostrado el coraje que le negaban sus adversarios, pero que ha dejado de ser predecible, uno de los activos personales que más llevaba a gala. Rajoy, quién lo iba a decir, puede sorprender. Y esto tiene tanto de bueno como de malo para recuperar la confianza perdida en el Gobierno durante los últimos años, dentro y fuera de España. Por ahí van los derroteros del estilo de gobierno de un presidente que no dejó verse desde su toma de posesión hasta la celebración este viernes de la Pascua Militar. Hasta aquí lo que tiene que ver con las formas. El fondo de su mandato sólo empezará a vislumbrarse cuando de las medidas que afectan a la Administración central se pase a otras que atañen a otros actores de la vida pública, como los sindicatos, la patronal y las comunidades autónomas. No habrá que esperar mucho. La reforma laboral está en ciernes y en breve reunirá a los gobiernos autónomos para trasladarles la necesidad de ampliar el recorte de gasto público. Soplando los mercados con la fuerza de un huracán, me temo que este año no habrá ‘pasta per tutti’ como pedía Valcárcel, a través de cambios en la financiación autonómica, sino tijera ‘per tutti’. La cuestión a dilucidar reside en si la poda se hará por la vía del consenso o por la vía expeditiva de la nueva ley anunciada por el ministro Luis de Guindos.