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Cura de adelgazamiento

Cuando vivíamos en plena borrachera de crecimiento económico, con bajos tipos de interés, creación de empleo y revalorización continua de los precios de los inmuebles, España construía tantas viviendas como Francia, Alemania e Italia juntas. Pero hace ya más de cuatro años que pinchó la burbuja inmobiliaria, se secó el grifo de la financiación internacional y quedó una monumental deuda privada que tiró por los suelos el consumo de las familias, la solvencia de bancos y cajas, y la liquidez de las empresas. Para hacer frente al déficit público y al endeudamiento generado, se imponía una inevitable cura de adelgazamiento. Se quiso atajar con una dieta blanda que incluía suplementos vitamínicos de fondos públicos, pero la UE que lideran Alemania y los mercados nos ha mandado finalmente al quirófano para someternos a cirugía mayor, sin anestesia y por la vía de urgencia, a la vista de que todas las constantes vitales están bajo mínimos. Inmersos ya en una recesión, con más de cinco millones de parados y el mercado de capitales cerrado para todo lo que lleve la marca España, ahora estamos abiertos en canal sobre la mesa de operaciones para sufrir intervenciones quirúrgicas de pronóstico incierto, pero que resultan ineludibles, como la reordenación del sistema financiero, la reforma laboral y un drástico ajuste del gasto público. Nadie duda de que nuestra calidad de vida no será la misma de antes cuando a este país le den el alta, al menos inicialmente. Las incógnitas son otras y tienen que ver con la idoneidad de estos tratamientos de choque, el tiempo del duro postoperatorio que nos espera y las secuelas de todo tipo que nos pueden quedar. La historia de España está jalonada de grandes insensateces colectivas, pero también de gestas que ya quisieran para sí quienes desde el norte nos miran con desconfianza por los riesgos que corrimos en el pasado y la tibieza con que reaccionamos ante las primeras señales de alarma. Las cosas no van a ir bien a corto plazo, pero el paciente sobrevivirá y se recuperará cuanto más consensuada, internamente y de cara al exterior, sea la respuesta política y de los actores sociales. Rajoy y Rubalcaba han dado una buena señal en su primera reunión, a la que siguió el respaldo socialista al plan de fusiones de las entidades financieras. Toda la discrepancia se concentra ahora en la orientación de una reforma laboral que ha propiciado la convocatoria, hoy, de las primeras manifestaciones sindicales contra las reformas del Ejecutivo popular. Las protestas serán el termómetro del malestar social ante un vuelco en las relaciones laborales que está más pensado para garantizar la viabilidad de las empresas y frenar su mortalidad que para la generación de empleo, algo casi imposible mientras la economía esté en recesión. Paralelamente, el PP celebra su congreso nacional en su coyuntura más dulce y con la perspectiva cada día más evidente de que ganará en Andalucía, lo que puede llevarle a un ensimismamiento y a una euforia nociva en un contexto muy difícil para toda la sociedad española. Sindicatos y el partido del Gobierno juegan sus propias bazas, pero lo deseable para el interés general sería abrir puentes hacia puntos de encuentro en este convulso tránsito hacia la recuperación, algo muy remoto sin la voluntad de todas las partes.

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Las claves de la actualidad analizadas por el director editorial de La Verdad

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