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El cisne negro

Si viviéramos aislados en el hemisferio norte creeriamos que todos los cisnes son blancos. Le ocurrió a los ingleses hasta que los primeros colonos que fueron a Australia a principios del siglo XVIII volvieron con un cargamento de cisnes negros, todo un hallazgo que conmocionó a la sociedad de la época porque era algo impactante, improbable y completamente imprevisible. Ahora vivimos en una aldea global. Lo que ocurre en una esquina del planeta se conoce al instante en sus antípodas y además puede tener allí graves efectos. Sin embargo, todavía podemos encontrarnos con ‘cisnes negros’. Con ese nombre denomina el ensayista Nassim Nicholas Taleb a los sucesos inesperados e improbables que producen un efecto tan dramático en nuestra existencia que nos pasamos años intentando explicar cómo han ocurrido y cómo no los vimos venir. Para Taleb, las guerras y los colapsos financieros, especialmente el que ha originado la actual crisis, son los ejemplos más paradigmáticos de ‘cisnes negros’. La dramática realidad que vivimos ha venido a demostrarnos que hemos sobrevalorado nuestros conocimientos, como los ingleses del siglo XVIII. Y también que carecemos de capacidad para predecir los fenómenos importantes y para encarar situaciones complejas plagadas de incertidumbre y aleatoriedad, como esta insondable crisis económica que atenaza a Europa. Algunos expertos, como el psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía en 2002, sostienen que en la mayoría de las ocasiones actuamos irracionalmente ante dilemas económicos. Pensamos que las personas y el mundo financiero toman decisiones de manera racional cuando en realidad se guían por intuiciones y por estados de ánimo que se alejan de los principios de probabilidad. Antes de la crisis, el exceso de confianza llevó a un delirante optimismo. De igual forma que el presidente de la Reserva Federal de EE UU, Alan Greenspan, llegó a creer que el sistema financiero tenía una cierta capacidad mágica para autorregularse, muchos humildes trabajadores estaban convencidos de que podrían hacer frente con sus bajos salarios a hipotecas de alto riesgo. Y las administraciones gastaron y se endeudaron pensando que sus ingresos nunca iban a menguar en el futuro. Ahora domina lo contrario: el miedo y la falta de confianza. Por eso, en la respuesta social a los ‘tijeretazos’ y las reformas prevalece la sensación de pérdida sobre la de potencial ganancia al final del camino. Los estudiantes protestan por temor a que suban las tasas y baje la calidad de la enseñanza, mientras los sindicatos se movilizan porque, además de temer la destrucción de puestos de trabajo, ven peligrar su posición dominante en las relaciones laborales. Por miedo a asfixiar al país y a la inestabilidad social, Rajoy dijo que los Presupuestos se harían de acuerdo a lo «razonable» y horas después desafió a Bruselas con un tope de déficit menor del estipulado para que no revienten las costuras de la sanidad, la educación y el empleo. «Bienvenido a la racionalidad», respondió Rubalcaba. La línea que separa lo racional y lo irracional es hoy cada vez más borrosa, pero sin duda la decisión de Rajoy es realista y valiente. Otra cosa distinta son los posibles efectos de su órdago político, que son completamente imprevisibles. Los veremos en los próximos meses.

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