El supersónico congreso regional del PP evidenció que los asuntos internos que los populares dirimen intramuros pueden resolverse en media jornada y que son una minucia comparados con los problemas y desafíos a los que se enfrentan a causa de la crisis. En clave orgánica no hubo sorpresas en un partido monolítico y de liderazgo incuestionable. Sin ningún atisbo de contestación o de disgusto interno, Valcárcel escenificó su tutelaje de la transición que se sustanciará en 2014 si finalmente se marcha al Parlamento Europeo, dejando una salida honrosa para Miguel Ángel Cámara y apostando por una renovación generacional comandada por el alcalde Pedro Antonio Sánchez, el delfín más evidente a día de hoy. Valcárcel siempre quiere ganar por goleada las contiendas electorales (por eso suavizó parcialmente la ley del tijeretazo tras nueve manifestaciones multitudinarias), y asume que para ello es crucial enfriar la crispación existente en la calle por los efectos de las impopulares medidas en sanidad y educación. El líder del PP es consciente de que se maneja peor cuando la temperatura social se recalienta porque no controla el campo de juego, tiene más margen de error y a veces su carácter temperamental le juega malas pasadas. Los políticos populares no pueden obviar a estas alturas que por mucho que califiquen la mayoría de medidas adoptadas de reformas y ajustes, éstas son percibidas como recortes en servicios básicos, y además podrían ampliarse ahora, por decisión de Rajoy, al sector público, con miles de despidos en todo el país. El inevitable desgaste se acentuará a partir de otoño y de ahí su apelación a los militantes para que den la cara ante los ciudadanos. Salvo contadas excepciones, los consejeros autonómicos son propensos a eludir esa labor y dejan la patata caliente a los alcaldes, que son la primera línea de acción política en la calle. Lo que pretende Valcárcel es implicar a toda la organización en esa tarea. Muy mal han empezado algunos, como el alcalde Pedro Chico, proponiendo ganar «la batalla a los ‘perro-flautas’», un apelativo tan despectivo que abochorna oírlo en boca de un cargo público. A quienes tienen que ganar, por la vía de la persuasión y la buena gestión, es a esa ciudadanía que va a pagar más impuestos y más caros los medicamentos. Los populares no deben aletargarse porque tienen un desafío mayúsculo con las negras perspectivas económicas de la Comunidad. El vicepresidente Juan Bernal ha demostrado, con la aprobación del plan de ajuste, que era la persona indicada para controlar las cuentas públicas, aunque las dificultades de financiación le sobrepasan. Su solución no depende ni siquiera de Madrid, sino de un cambio en las atribuciones del Banco Central Europeo. Además del paro, el gran problema autonómico son sus paupérrimas arcas. Los ingresos seguirán cayendo en los próximos dos años y no queda otra salida que seguir endeudándose. Es verdad que en términos relativos la deuda de la Región es de las más bajas, pero también lo es que está creciendo a un ritmo meteórico. En tres años se incrementará un 64%, según indica el propio plan presupuestario de Juan Bernal, abocado ahora a realizar un nuevo adelgazamiento estructural de todo el entramado autonómico. Ayer, el PP hizo piña, pero el lunes tendrá que volver a las trincheras de la crisis.