A las puertas de este otoño caliente, el Gobierno regional encara el nuevo curso sin transmitir toda la solidez que se aventura necesaria. Como a los equipos de fútbol con un estilo de juego desdibujado, al Ejecutivo regional le está fallando el relato político, hilvanado a trompicones a rebufo de acontecimientos que parecen pillarle siempre por sorpresa. Despeja la lluvia de balones que le llegan al área, pero no hay anticipación y se construye poco y desordenadamente. Hay jugadores acomodados o poco prestos a meter la pierna, otros que se desgastan lo mínimo porque son finos estilistas con proyección, y quien la lía parda en defensa entrando a destiempo contra todo lo que se menea en el área, incluidos compañeros de equipo. En realidad, solo unos cuantos parecen enchufados y llevan el peso de un conjunto desprovisto de cohesión entre líneas y que parece no hablar en el campo más que lo imprescindible para que el balón pase a campo contrario y quejarse de lo injustas que son las críticas cuando hacen vestuario cada viernes. La alineación de Valcárcel no está en su mejor momento de forma y eso inquieta en el PP a quienes están ya pensando en las consecuencias electorales de una crisis económica mayúscula. De puertas a fuera, todos o casi todos son unos campeones para los populares, pero intramuros preocupa el futuro coste para un partido que se ha acostumbrado a ganar por goleada ante un deslavazado adversario y que acudirá a las siguientes autonómicas con un nuevo cabeza de lista. Unos piensan que falta perfil más político en el Ejecutivo; otros, que, además de recortar, hay que saber gestionar mejor, sobre todo en algunas áreas muy sensibles donde es posible reestructurar y llevar a cabo reformas sin necesidad de meter la tijera. Y también los hay que lo reducen todo a un problema de comunicación. De todo eso se habla en los círculos próximos al poder, eso sí, sin aspavientos ni declaraciones públicas para evitar reprimendas, públicas o privadas, en un lugar y en un momento donde la adulación sigue dando muchos menos disgustos que la autocrítica, aunque eso pervierta el sentido último del concepto de lealtad. Pero que quede claro que lo importante, en ningún caso, son las expectativas particulares de los partidos políticos y de sus individualidades, sino el conjunto de ciudadanos de una Región que necesita volver con urgencia a la senda del crecimiento económico para mejorar sus sangrantes cifras de paro y las crudas estadísticas de personas bajo el umbral de la pobreza. Todo eso no ocurrirá si el Gobierno regional no soluciona primero la complicada situación de su déficit y de su creciente deuda, una tarea en la que por primera vez en cuatro años está demostrando capacidad y voluntad política de la mano de Juan Bernal. Sin embargo, el discurso político global que justifica medidas complicadas, pero ineludibles, como la necesidad de acudir al fondo de liquidez autonómica para poder financiarse y pagar además lo que se adeuda, incluidos los más de cien millones que deberán devolverse a final de año a los compradores de ‘bonos patrióticos’, sigue estando a medio armar. En parte quizá sea porque lo que se hace ahora es una enmienda a lo hecho con anterioridad o a lo que se ha dejado de hacer. Eso es difícil de digerir. Y ya no digamos de explicar.