La naturaleza, tan generosa con la Región de Murcia en muchos aspectos, es cicatera con el agua y cuando el cielo nos la obsequia lo hace en muchas ocasiones con una violencia inmisericorde. Son numerosos los precedentes en la historia de la Región de tragedias como la vivida el pasado viernes. No son producto de un capricho del destino, sino de una ubicación geográfica y una climatología mediterránea que predisponen a este territorio a sufrir periódicamente este tipo de precipitaciones extremas. Aunque ese riesgo es conocido y asumido por el conjunto de la población, el dolor nos estremece cada vez que la fuerza torrencial del agua se lleva vidas por delante. Son siete las muertes de murcianos que hoy todos lamentamos, pero pudieron ser más si los servicios de emergencia regionales no hubieran actuado con la prontitud y la eficacia que ya han demostrado en el pasado. Todos los expertos coinciden en que la catástrofe habría adquirido proporciones aún más dramáticas de no haber sido por los pantanos de Puentes y Valdeinfierno, que contuvieron una riada aún mayor en el valle del Guadalentín. La solidaridad con las víctimas, la cuantificación de daños materiales, la puesta en marcha de ayudas de forma rápida y eficaz y la vuelta a la normalidad deben ser la prioridad para todos en estos momentos. En su visita a Puerto Lumbreras, el municipio más castigado por las lluvias, junto con Lorca, la ministra Ana Pastor garantizó que el Gobierno central no se quedará de brazos cruzados, a la vista del desolador paisaje que dejó el temporal en las carreteras, viviendas y explotaciones agrarias y ganaderas. Pasado el luto y los trabajos más urgentes en las zonas dañadas, habrá que reflexionar, serenamente, sobre los planes de prevención. Quienes conocen bien estos problemas y tienen la responsabilidad de encararlos, tendrán que analizar si, pese a todas los avances cosechados, el actual plan para hacer frente a las inundaciones en la cuenca del Segura es susceptible de mejora frente a los escenarios más adversos. También habrá que aclarar cómo es posible que sendos puentes en las dos autovías que cruzan la Región puedan venirse abajo por una riada, dejándola incomunicada con Andalucía por vías rápidas. Y habrá también que preguntar (y responder) sobre los progresos que se están haciendo en la ciudad de Murcia para evitar las inundaciones de viviendas y comercios, así como el caos circulatorio que se forma cada vez que llueve con mediana intensidad. Si los modelos de predicción climática de los científicos indican que los fenómenos de lluvias torrenciales van a incrementar su frecuencia en el sureste español, habrá que hacer más y hacerlo mejor para estar adecuadamente preparados y no pagar precios tan elevados cuando sobrevenga lo inevitable. Caer por el contrario en el fatalismo, o peor aún, en la indolencia, sería imperdonable. Lo que procede es aprender las lecciones que pudieran derivarse de este nuevo desastre y actuar decididamente para conseguir ser igual de eficaces en la prevención como lo somos en la respuesta al desastre, a sabiendas de que el riesgo cero no existe en ningún rincón de nuestro planeta. Se ha progresado mucho en las últimas décadas en la Región de Murcia, pero a la vista está que todavía no lo suficiente para lo que puede venir en el futuro.