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'Madrid Arena'

Eran las 4 de la madrugada del 17 de diciembre de 1983 cuando aquel portero de discoteca me miró impertérrito desde sus casi dos metros de altura y con un simple movimiento de cabeza me dejó claro que ni yo ni mi acompañante entraríamos aquella noche en ‘Alcalá 20’, un local entonces de moda en Madrid donde aquella noche y a esa hora ya no cabía ni un alfiler. A la mañana siguiente, un amigo de mi familia llamó a casa para interesarse por mí. Acababa de oír en la radio que al menos 78 personas, la mayoría jóvenes, habían muerto en un incendio declarado a las 4.45 de la madrugada en ese nuevo templo de la ‘movida’ madrileña. Las llamas se declararon en el cortinaje del escenario a causa de un cortocircuito y rápidamente se extendieron por las paredes cubiertas de terciopelo rojo de ese local subterráneo, al que se entraba por la larga escalera del antiguo teatro Alcázar. No había accesos directos a la calle, ni salida de humos, ni puertas reglamentarias. Dos años de prisión fue la condena impuesta a los cuatro propietarios de ‘Alcalá 20’. El suceso cambió las normas de seguridad de ese tipo de recintos y acabó para siempre con la sensación de invulnerabilidad de toda una generación de jóvenes que, treinta años después de aquella tragedia, son padres y tienen hijos que acuden habitualmente a eventos similares al celebrado el miércoles en el ‘Madrid Arena’. Los jóvenes de ahora no tienen un ocio nocturno muy diferente al de sus padres, que cambiaron el guateque y la pandilla por los bares, las discotecas y las salas de concierto. La diferencia es que donde antes se reunían quinientos ahora pueden ser más de diez mil, apretujados en recintos alquilados y acondicionados para la ocasión. Si siempre ha existido el riesgo de que alguien cometa una insensatez en un local nocturno donde se consume alcohol, las probabilidades se multiplican aterradoramente cuando se concentran miles de personas. Permitir que entren menores, bengalas y alcohol, y superar con creces el aforo permitido, como indican los primeros datos de la investigación del caso ‘Madrid Arena’, es añadir un plus de temeridad a una fiesta difícilmente controlable por su desmedida envergadura. Habrá que extremar mucho más las medidas de seguridad y controlar más de cerca el macronegocio de la noche para proteger a nuestros hijos, porque ellos no dejarán de salir y siempre habrá alguien capaz de iniciar un tumulto en un lugar cerrado por un comportamiento inadecuado. Es difícil de sobrellevar estos miedos cuando vivimos en un país donde hay quien conduce a 230km/h por una autovía, quema los montes por puro placer o deslumbra a los pilotos de los aviones comerciales con punteros láser en sus maniobras de aterrizaje. Pero nos equivocaríamos si pensamos que la muerte de Katia, Cristina, Rocío y Belén fue fruto de un accidente casual o de la mala suerte. Pudo pasarle a cualquiera de los miles de jóvenes que entraron en el ‘Madrid Arena’ porque en su interior se dieron condiciones propicias para la tragedia. Y lo peor es que el relato de lo sucedido (aforo excesivo y deficiente organización interna) coincide con lo que sucede en numerosos eventos de ocio masivo cada fin de semana en muchos puntos de España. La prohibición no es el camino, pero tampoco la permisividad total o la negligente vigilancia.

Las claves de la actualidad analizadas por el director editorial de La Verdad

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