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Cuestión de límites

Hasta hace solo cincuenta años, los biólogos creían que las células humanas podían multiplicarse indefinidamente. Se pensaba que no tenían edad porque no envejecían. Pero ese dogma se vino abajo cuando un investigador llamado Leonard Hayflick demostró que las células humanas se dividen un número limitado de veces, aproximadamente 50, y luego entran en una fase de senectud que desemboca en su muerte. Con el tiempo se averiguó que las células envejecen y terminan muriendo al desgastarse los extremos de sus cromosomas en cada división. Solo las células sexuales y las cancerosas son ‘inmortales’. En un tubo de ensayo podrían vivir eternamente. Y todo porque una proteína llamada telomerasa se mantiene activa en ellas y las hace inmunes al desgaste. En la política no existe un ‘límite de Hayflick’. Ni en los regímenes totalitarios ni en las sociedades democráticas los políticos, aunque envejecen como los demás mortales, tienen fecha de caducidad. En las dictaduras, generalmente por la fuerza de las armas y el terror; en las democracias, por la voluntad popular libremente expresada en las urnas. En países como EE UU, España, Italia o Francia son numerosos los ejemplos de longevidad política. Probablemente porque en etapas de dificultad y desorientación, la experiencia es un activo para jugar sobre seguro. La juventud tiene sus ventajas. Insufla ánimos, ideas y sobre todo hambre de balón. En los partidos políticos, los debates sobre veteranía y renovación levantan ampollas, aunque de cara a la galería se intenta transmitir normalidad. En realidad, los cambios de liderazgo generan siempre inquietud porque suscitan incertidumbre electoral y desembocan en nuevos equilibrios en el control del aparato partidista, la llave del poder del que dependen el futuro de muchos militantes, afiliados y simpatizantes. Tras cinco victorias consecutivas, Valcárcel viene expresando en los últimos tiempos el deseo de cerrar su etapa en la presidencia de la Comunidad y continuar su labor política en el Parlamento Europeo, lo cual tiene toda su lógica porque veinte años en el mismo cargo, como él mismo ha dicho, son efectivamente muchos. Ahora, a través de una encuesta, hemos sabido que seis de cada diez murcianos ven bien esa posibilidad, lo que puede suscitar todo tipo de interpretaciones porque las motivaciones de cada encuestado pueden ser diversas. A tenor de la ventaja en las últimas elecciones y datos de recientes sondeos, Valcárcel dispondría aparentemente de suficiente ‘telomerasa política’ para digerir el desgaste de la acción de gobierno y encarar otro proceso electoral. Dado que en España no hay limitación de mandatos para cargos electos, la decisión última le corresponde al presidente regional. Ese día, tarde o temprano, llegará y Valcárcel deberá dilucidar si finalmente hace, o no, lo que él ha anticipado con casi dos años de antelación. No es un asunto políticamente menor, aunque es el menos urgente de cuantos tiene que afrontar y existen otros muchos que son ciertamente más importantes para la ciudadanía. El primero, sin duda, la generación de empleo para poner coto a las espeluznantes cifras de paro, ese cáncer social que no cesa de mulitiplicarse descontroladamente.

Las claves de la actualidad analizadas por el director editorial de La Verdad

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