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Catarsis empresarial

Hace solo un par de semanas, Miguel Mengual presentó su renuncia como presidente de la Federación Regional de Empresas de la Construcción (Frecom). Lo hizo para dedicarse por completo a solventar las dificultades que atraviesa su empresa, castigada como otras miles por una crisis económica especialmente dura para ese sector debido a la caída de las licitaciones de obra pública y por los retrasos en los pagos de las administraciones. Su decisión es digna de elogio porque antepuso la obligación de salvar su empresa y a sus trabajadores a una responsabilidad institucional que rápidamente podía ser reemplazada con garantías. Mengual tomó la mejor decisión para sus intereses y a la vez para los de Frecom. Este comportamiento debería ser la tónica en las cúpulas de las organizaciones empresariales y sin embargo no lo es. Ahí está una de las raíces de la profunda crisis de la CEOE precipitada por su expresidente Gerardo Díaz Ferrán, que se resistió a soltar el timón pese a que sus múltiples problemas empresariales, que le han conducido finalmente a prisión, hicieron un grave daño a la institución durante demasiado tiempo. Ahora es el vicepresidente Arturo Fernández quien se aparta temporalmente de la cúspide de la patronal, por voluntad propia o empujado por otros dirigentes, tras las diligencias abiertas por la Fiscalía por supuestos pagos en ‘negro’ a sus empleados. Este último episodio se vivió esta semana en la que el sucesor de Díaz Ferrán, Joan Rosell, volvió a dar muestras de su incontinencia para generar polémicas estériles al descalificar las encuestas sobre el desempleo del INE y plantear la (necesaria) reforma de la administración pública en términos insultantes para los funcionarios públicos. Anquilosada, subvencionada y politizada a los ojos de la mayoría de los ciudadanos, la CEOE está siendo socavada desde dentro por la conducta ‘sui generis’ de empresarios a los que indefectible parece afectar un mal de altura cuando alcanzan la cima de esta poderosa estructura de poder. Con las grandes corporaciones españolas apostando por el nuevo Consejo Empresarial de la Competitividad y los jóvenes empresarios deslizándose hacia los Círculos de Economía, la CEOE corre el serio riesgo de perder su función de actor clave para el diálogo social y el desarrollo económico que tuvo en tiempos de José María Cuevas, aquel empresario sin empresa que dirigió la patronal durante 23 años. Ahora que hablamos de regeneración de la vida pública, y pensando en las decenas de miles de modélicos empresarios españoles, las organizaciones que les representan deberían hacer también examen de conciencia para no solo ver la paja en el ojo ajeno y escrutar la gran viga en el propio. Si no hay una renovación profunda de perfiles y comportamientos que disocien los intereses colectivos de los particulares, la desconfianza social sobre sus propuestas está asegurada por mucho tiempo.

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