Clever Hans (‘Hans el listo’) era el nombre de un caballo que, a principios del siglo XX, alcanzó gran fama en Alemania por su aparente habilidad para resolver operaciones matemáticas. Con golpes de pezuña respondía con acierto tanto a sumas como a multiplicaciones y divisiones. Fue tal el interés público que suscitó ‘Hans el listo’ que la Junta de Educación Alemana creó un variopinto comité para dilucidar si existía un posible fraude. Ese panel de expertos, dirigido por el filósofo Carl Stump, estaba integrado por el gerente de un circo, el director del Zoológico de Berlín, un veterinario, un oficial de caballería y varios maestros. Tras analizar las aparentes aptitudes del equino, el ‘comité Hans’ descubrió que el caballo acertaba cuando quien hacía la pregunta, su adiestrador, conocía previamente la respuesta. Era a partir de sutiles señales involuntarias de su examinador, como gestos o tonos de voz, como el animal intuía que daba en el clavo. Este fenómeno se conoce desde entonces como ‘efecto Clever Hans’ y se incorporó a todos los estudios sobre psicología cognitiva y social. Así, ni el individuo sujeto a experimentación ni el encuestador deben saber el tema de investigación, para que las respuestas sean neutras. En la crisis chipriota, donde la UE experimentó un modelo de rescate que creíamos diseñado para un paraíso fiscal, pero que ahora sabemos que es exportable, se vio un comportamiento que recuerda el episodio del caballo Hans (la Comisión Europea) y su adiestrador (el Gobierno de Merkel). Y no lo digo porque el Ejecutivo comunitario actuara con limitada inteligencia y un tanto a lo bestia con la ciudadanía, que se llevó una injustificada coz sobre sus ahorros por la vía del ‘corralito’ y de una tasa sobre los depósitos con freno y marcha atrás. El paralelismo emerge, sobre todo, porque Bruselas fue, como ‘Hans el listo’, variando su plan de rescate a lo largo de una semana agónica hasta percibir un gesto de asentimiento definitivo de quien lleva la fusta en la Europa de la disciplina y la austeridad. Ya basta con un arqueo de cejas o un carraspeo en Berlín para que el ‘diktak’ alemán se imponga sobre las instituciones de gobierno de la UE. El resultado fue casi tan decepcionante como las formas. Si había que lanzar un salvavidas a Chipre, para también proteger el euro y de paso mandar un recado a Rusia, que hizo de la isla un lavadero de dinero negro, se podían haber elegido fórmulas, tiempos y mensajes que no terminaran por sembrar una alarma generalizada, como ocurrió tras alcanzarse un acuerdo en la madrugada del lunes. La caída generalizada de las bolsas europeas, arrastrando en su pánico a los bancos españoles, fue el colofón de la lamentable gestión de una crisis que viene a profundizar la desconfianza de los ciudadanos en la Unión Europea. Se ve que a este caballo europeo, domado y llevado del ronzal por Ángela Merkel, le falla algo más que las matemáticas.