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Transparentes

La divulgación de los bienes y rentas de los diputados regionales ha dado pie a uno de los episodios más absurdos de los últimos tiempos. Lo que se había planteado como una iniciativa para que los políticos recuperaran credibilidad terminó por propiciar el efecto contrario, soliviantando aún más unos ánimos ya suficientemente caldeados por el desempleo y el empobrecimiento general. Cuando el presidente Valcárcel apunta que se ha montado un circo quizá no le falte la razón, pero olvida que esta iniciativa no responde a una demanda de la ciudadanía, sino que surge como una estrategia de defensa del presidente Rajoy para demostrar que no cobró sobresueldos opacos del extesorero Bárcenas. No han sido los ciudadanos quienes trajeron el circo a la ciudad y luego sacaron las fieras a la pista. Fue la cúpula del Partido Popular en Madrid, curiosamente sin que todavía haya secundado la medida. A los españoles les interesa conocer las retribuciones de los cargos electos y sobre todo en qué se gastan el dinero de todos, pero más bien poco si han heredado o cuántas hipotecas tienen, a no ser que haya indicios de delito apuntados por un juez. Pero en vez de echar a los posibles corruptos de sus filas, los políticos han decidido hacerse todos transparentes. No me extraña que el vicepresidente Bernal sea reacio a participar en un desnudo patrimonial colectivo en el que todos los políticos parten como presuntos sospechosos. Comprendo incluso que algunos piensen si merece la pena seguir dedicado al servicio público cuando hay individuos que ocultan su identidad en las redes sociales pero exigen con virulencia transparencia a los políticos. Dicho todo eso, Bernal cometió un serio traspiés porque su decisión personal iba en contra de la posición de su propio partido y, lo que es peor, contra un acuerdo de todos los grupos de la Asamblea Regional. Tendrá que rectificar pronto si quiere seguir estando legitimado para pedir más sacrificios y disciplina presupuestaria. Es evidente que Valcárcel también se equivocó con estrépito al declarar que tenía 122 euros en su saldo bancario porque, pudiendo ser cierto, como no dudo que lo sea, no resulta creíble a no ser que de inmediato se explique. El presidente pudo evitarse las aclaraciones de haber hecho las cosas de otra manera ante una opinión pública donde lo que pesa no es la verdad, sino la verdad percibida. Mal empezamos un largo camino de regeneración en el que la transparencia debe ser el punto de partida, no el final del viaje. De qué servirá un sistema político translúcido si permanece caduco y sin las profundas reformas que reclama la sociedad civil. Si duelen como una piedra en el riñón estos primeros esfuerzos para recuperar la confianza, qué ocurrirá cuando los partidos se enfrenten a los cambios de calado, como la limitación de mandatos, las listas abiertas, la independencia de los órganos judiciales y la lucha contra la corrupción.

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