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El exilio interior del presidente

En aquellos meses previos a las generales, cuando los sondeos daban por segura la victoria de Rajoy, se instaló la idea de que la llegada del nuevo inquilino a La Moncloa tendría casi un efecto mágico en el curso de la crisis. Fue tal el estrépito crepuscular de Zapatero y arrollador el deseo de cambio que muchos pensaron que bastaría con la llegada de un nuevo actor principal para recuperar casi de inmediato la confianza exterior, restaurar el ánimo de un sociedad abatida y poner a España en la senda de la recuperación. Cierto es que Rajoy evitó el rescate del país, que la financiación exterior y el balance comercial mejoran y que la desconfianza de los inversores empieza a disiparse. Pero los recortes draconianos del gasto público han estrangulado la economía, en medio de un incremento de la presión fiscal a los ciudadanos y un desempleo que supera ya los seis millones de parados. Rajoy llegó con el objetivo prioritario de darle la vuelta al paro, pero esta semana éste batió su récord histórico y el propio Gobierno vaticina que al final de la legislatura, en 2016, todavía uno de cada cuatro españoles estará sin trabajo. El Consejo de Ministros aprobó el viernes una larga batería de medidas para impulsar la economía, aunque parecen más una respuesta a las exigencias de Europa con el déficit que una estrategia ambiciosa e hilvanada de crecimiento económico. Todas esas iniciativas, incluso una nueva subida de distintos impuestos, quedaron eclipsadas por la rectificación de las previsiones macroeconómicas, que ahora dibujan un escenario mucho más sombrío para España en los próximos años. Rajoy y su Gobierno siguen desprendiendo un persistente aroma de impotencia. Quizá por eso los sondeos revelan que muchos de sus votantes ya piensan que quizá el presidente, sensato pero desprovisto de audacia, no era la persona adecuada para semejante reto. Reacio a comparecer en los momentos más delicados para trasladar mensajes a la ciudadanía y para someterse a las preguntas de los informadores, el presidente se arriesga a que lo que puede ser prudencia se confunda con desdén y falta de liderazgo. Sumido en una especie de exilio interior, Rajoy transita por un laberinto que solo conoce su guardia pretoriana de ministros. Ya ha dejado incluso de ser previsible, uno de sus activos personales. Puede decir un miércoles que no subirá los impuestos y hacer lo contrario dos días después. El estilo de gobierno de Rajoy ya está definido y en eso sí no caben sorpresas. Conviene pues prepararse anímicamente para una larga travesía. Si en la crisis de 1993-1994 se tardó trece años en bajar del 20% de paro a un 11%, ahora que estamos en el 27% la cosa puede alargarse más de un lustro. Mucho dependerá de un cambio de política económica en la UE, pero también del acierto de un Gobierno que no termina de dar con las recetas adecuadas, ni de poner en marcha algunas reformas necesarias.

Las claves de la actualidad analizadas por el director editorial de La Verdad

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