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Isla Decepción

Como el submarino S-80 que se construye en Cartagena, el Gobierno regional tiene un problema de flotabilidad. Parece incapaz de emerger. Por el descomunal lastre de la crisis y por su liviano peso político en algunos flancos estratégicos. Se asomó a la superficie en el Debate del Estado de la Región, con el oportuno plan de empleo juvenil, aunque el aporte de oxígeno duró un suspiro. El hundimiento no es total, pero la inmersión se ha cronificado y algunos tripulantes se han acostumbrado a la tranquilidad del fondo marino y a la invisibilidad que confiere. Ya no sacan la cabeza ni para otear si hay icebergs en las proximidades. De esa manera parecen indetectables al sónar, todo un espejismo que se esfuma cada vez que estalla una mina. Por eso, cuando los menos experimentados se dejan ver por cubierta, el ambiente se impregna de un intenso olor a miércoles de ceniza. La parroquia afín lo detecta y brotan los ataques de pánico. Los nervios, poco perceptibles bajo el agua, se extienden y amplifican en esas filas, donde nadie sabe hoy quién dirigirá la nave en unos pocos meses. Lo paradójico es que todos los miembros del Ejecutivo son buena gente y gente de valía. Pero no todos atesoran cualidades para la política, aunque se entreguen a fondo. Menos aún cuando escasea el dinero y solo hay obstáculos que precisan de habilidades y contactos en los ámbitos importantes de decisión. Aunque al capitán le cueste admitirlo, carga con un par de problemas a bordo que restan solidez al conjunto, desaniman a los que hacen correctamente su papel y le obligan a correr de un lado a otro para tapar las vías de agua. Y así proseguirá la travesía, de momento. El objetivo es seguir navegando sin naufragar hasta que se produzca el ansiado cambio de ciclo, lleguen por fin las grandes infraestructuras y pase el duro test del déficit público sin tener que cerrar colegios y hospitales. El Gobierno regional está pagando un alto precio en respaldo popular porque su control del déficit acarrea recortes salariales en funcionarios, la salida de miles de interinos, más copago por medicamentos y dependencia, subidas de impuestos y, sobre todo, mucho paro. Sorprende que tan difícil singladura intente vadearse sin apoyo de los agentes sociales, incluidas las organizaciones empresariales, reconvenidas públicamente cada vez que sacan los pies del tiesto por reclamar lo que siempre han pedido. Tras varios años de rehuir lo inevitable, la necesaria poda del gasto público se perpetúa, tanto como una crisis que no está siendo aprovechada para impulsar transformaciones de calado, ni en la Administración ni en los modos de hacer política. Donde antes había un árbol ahora hay un bonsái, aunque la planta es la misma. Permanece lo sustancial en un quehacer político que carece de pátina reformista y discurso regenerador. El verano siempre es buen momento para parar y reflexionar sobre el rumbo de los acontecimientos. Hoy, el submarino fondea en Isla Decepción. Mañana ya se verá.

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