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Agua y aceite

El agua y el aceite son inmiscibles y de ese fenómeno fisicoquímico se sirvió el presidente de los regantes, José Manuel Claver, para ilustrar con una probeta la norma que regulará el Trasvase. El bipartidismo político español se rige también por sus particulares leyes. Los dos partidos de gobierno, PP y PSOE, subrayan sus señas de identidad y marcan distancias ante el electorado para ocupar el mayor espacio posible en el Congreso de los Diputados. Como el aceite y el agua en una cubeta. Inmiscibles y, alternativamente, ocupando la posición dominante desde 1982. Durante mucho tiempo fue positivo. Permitió la gobernabilidad, un eficaz control del Ejecutivo y la visualización de alternativas. El problema apareció cuando ya fue preciso el concurso de ambos para las grandes reformas, lo que debería ser factible sin que ello suponga la disolución de sus perfiles y principios básicos. A título individual, dirigentes de los dos partidos pueden llegar a entenderse. Algunos incluso son proclives a tender puentes. Sin embargo, no son más que pequeñas moléculas de aceite. Acaban siendo repelidos porque la fuerza de atracción entre afines siempre resulta más intensa. No es ni el número de políticos ni su preparación lo que nos diferencia. Es la enquistada incapacidad que exhiben para trabar acuerdos de calado. De ahí que acumulemos siete leyes educativas en democracia y ni siquiera haya la más mínima posibilidad de consenso en la reforma de la administración local, donde ningún ciudadano percibe obstáculos ideológicos insalvables. La última vez que estuvieron en sintonía en un tema relevante fue en 2011, cuando se introdujo el principio de estabilidad presupuestaria en la Constitución, aunque fue como resultado de las presiones de la UE. De no haber existido la amenaza de intervención económica no se habría arrimado el hombro. Si ahora asistimos a un armisticio en la guerra del Tajo es porque las cinco comunidades y el Ministerio de Agricultura están regidos por el mismo partido. Y aún así tampoco fue fácil. Mientras esto ocurre en España, Merkel ultima en Alemania un pacto de gobernabilidad entre los conservadores de la CDU y los socialdemócratas del SPD. La desaparición del espíritu de consenso de la Transición es la causa fundamental de que nuestra democracia permanezca estancada. Ya no se percibe la política como vía para superar desafíos sino como fuente inagotable de innumerables conflictos. Una vez más, la reforma del Senado, de la justicia y de las normas que frenen la corrupción quedarán en suspenso o se harán sin consenso. Las repercusiones electorales ya se vislumbran en los sondeos. Más desafecto, más abstención y, como consecuencia de todo ello, derrumbe del bipartidismo e irrupción de un inédito y asimétrico escenario. PP y PSOE se han acostumbrado a ganar en las urnas por el desgaste y el desplome del adversario, sin advertir que transitan juntos a ciegas por un peligroso desfiladero. En eso sí son como dos gotas de agua.

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