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El 'macizo de la raza'

En los versos de ‘El mañana efímero’, Antonio Machado nos legó la más sublime evocación poética del eterno pulso entre la España amarrada al pasado y la del «cincel y la maza» que planta batalla por un futuro esperanzador. Al final del poema, Machado deslizaba un término difuso, el ‘macizo de la raza’, al que a principios de los años 60, Dionisio Ridruejo, intelectual que transitó del falangismo al antifranquismo, intentó dar significado político. Según Ridruejo, el ‘macizo de la raza’ era esa inmensa mayoría de la población española a la que no le interesaba la política, se aferraba a las tradiciones y repelía los grandes cambios porque lo que ansiaba era orden, paz y estabilidad. Años más tarde, otros vincularon esta idea machadiana con esa ‘mayoría silenciosa’ en la que se apoyó la dictadura de Franco hasta el final. Si el ‘macizo de la raza’ es sinónimo de inmovilismo y apatía política, Machado hoy pensaría que no ha desaparecido de un país que, afortunadamente, es completamente diferente al que él vivió. Sigue aquí, latente, como una corriente de opinión afónica y circunspecta, pero que incide diariamente en la vida pública. Algunos políticos populistas o sin responsabilidad de gobierno la aprovechan para ganarse simpatías sin coste personal alguno. Otros, que sí tocan poder, se valen de esa mayoría que no protesta airadamente en la calle para legitimar sus decisiones. A unos cuantos les sirve sencillamente como coartada para no implicarse en la mejora de la calidad democrática o para no dar el más mínimo paso hacia las grandes reformas políticas pendientes. A muchos líderes regionales, nacionalistas o no, también les ha sido útil para ganar elecciones con apelaciones identitarias y reivindicativas como todo discurso. Y a otros tantos, para entretenerse en la discusión sobre liderazgos y no entrar en los debates de ideas necesarios para conectar con la sociedad. De todo ello hay múltiples exponentes a lo largo y ancho del espectro ideológico, tanto a derecha como a izquierda, pasando por el centro. Si vamos más allá y singularizamos ese dúctil concepto machadiano, el ‘macizo de la raza’ sería todo aquel que pretende erigirse en guardián de las esencias. Muy propio de ‘jarrones chinos’, Aznar y González, por aburrimiento o convicción, asumen con frecuencia ese rol, especialmente si hay un libro o fundación que vender a las masas. El ‘macizo de la raza’ lo impregna todo, desde el estilo de juego de los históricos clubes de fútbol a las portadas de los periódicos de nicho ideológico. En todos los equipos deportivos, partidos políticos, empresas y organizaciones de larga trayectoria siempre hay un ‘macizo de la raza’ entre bastidores, que intenta marcar el camino porque asegura que solo él conoce la historia, domina los intangibles y sabe interpretar el inescrutable silencio de la mayoría enmudecida. Siempre jugando sobre seguro, sin asumir riesgos y echando el ancla para amarrar resultados. No cambia ni transforma nada, pero siempre sigue ahí. Eternamente.

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