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Suárez y la universidad

El espíritu de consenso se había evaporado por completo de la escena política cuando Adolfo Suárez, en el hotel Bolívar de Lima, le confesó en 1980 a la periodista murciana Josefina Martínez del Álamo que se sentía «un hombre absolutamente desprestigiado». La cruda sinceridad de un presidente abatido y acorralado por todos los flancos posibles, llevó a sus colaboradores a impedir la publicación de esa estremecedora conversación, que finalmente vio la luz 27 años después, coincidiendo con el 75 cumpleaños de Suárez, entonces ya afectado por alzheimer. En 2007, cuando leí  esa entrevista proscrita para su edición y publicación, algunas demoledoras frases de Suárez sobre la prensa y la clase política, «cociéndose en la gran cloaca madrileña» en 1980, encajaban como un guante en mis recuerdos de los dos convulsos años que precedieron a su dimisión y a la intentona golpista del 23-F. A finales de 1979,  la barbarie de ETA, el ruido de sables, el paro y la inflación mantenían en un estado de constante agitación al país, lo que se vivía con especial intensidad por los alumnos y docentes universitarios. Atrás habían quedado los años de euforia general (1976-1977) y comenzaba a instalarse ese estado colectivo de ánimo que pasó a conocerse como el ‘desencanto’. Los dos campus de Madrid eran un hervidero de tensiones. No solo por la zozobra política, agravada por los asaltos de ultraderechistas armados a las Facultades de Derecho y Ciencias de la Información, sino también por una ansiada reforma de la enseñanza superior, reclamada desde todos los sectores e ideologías, y que se iba a concretar en la Ley de Autonomía Universitaria (LAU) del ministro González Seara. El PSOE y otros partidos de izquierda, enraizados en el colectivo de profesores no numerarios (los ‘penenes’), recibieron los primeros planteamientos con un frontal rechazo. Las posiciones entre el Gobierno y la oposición fueron acercándose, pero brotaron irreconciliables discrepancias entre los socialdemócratas y los democristianos de UCD sobre la LAU, que no llegó a aprobarse ni con González Seara ni con su sucesor, Díaz-Ambrona. Con toda justicia recordado por sus mayúsculas contribuciones a la consolidación de la democracia, Adolfo Suárez también tuvo sonados batacazos. Uno de ellos fue la reforma universitaria. Como hace 34 años, pese a todo lo avanzado en una institución clave para el país, el camino hacia la excelencia docente e investigadora tiene un largo recorrido por delante. Hay nuevos retos, como la internacionalización, y otros no muy distintos a los de 1979, que afectan a la carrera docente e investigadora. La Universidad pública, introspectiva y anquilosada por sus propias rigideces y la falta de un marco de financiación estable, precisa ahora de otro impulso renovador que debe venir precedido de un debate abierto a la sociedad. Con ese fin, ‘La Verdad’ ofrece hoy las propuestas de cien miembros de la comunidad universitaria regional.

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