El italiano Vilfredo Pareto, introductor de los análisis matemáticos en la economía y la sociología política, analizó la distribución de la riqueza en su país a finales del siglo XIX y comprobó que el 20% de la población se repartía el 80% de los bienes y de la influencia política. Los estudios de Pareto dieron lugar a un principio que lleva su nombre, también conocido como la ‘regla 80-20’, que viene a concluir que, en cualquier proceso económico, solo el 20% de los elementos que intervienen son vitales y eficaces, mientras que el resto es trivial. Años después, el escritor Theodore Sturgeon dejó para la posteridad una frase sin ningún valor científico, pero que hizo fortuna: al igual que sucede en la literatura, el 90% de todo lo que se produce tiene una ínfima calidad y a la postre es irrelevante. En la noche del miércoles en la Universidad de Murcia, cuando el matemático José Orihuela, próximo rector magnífico, alcanzó la victoria en las tres últimas urnas, quedó en evidencia que el ‘principio de Pareto’ y la ‘revelación de Sturgeon’ no sirven para los procesos electorales en los que hasta el rabo todo es toro porque cada papeleta puede ser definitiva. Es un juego de suma cero donde cada voto, el 100% de ellos, vale su peso en oro y donde, en última instancia, da lo mismo ganar por veinte o treinta puntos de diferencia que por 32 centésimas, como sucedió en la pugna entre José Orihuela y Juan María Vázquez. El poder no se distribuye. Va todo para el ganador, cualquiera que hubiera sido el elegido. No deja de ser curioso que un proceso electoral donde el voto, pese a ser ponderado, solemniza al máximo la igualdad, luego sea tan desigual en el reparto resultante del poder. Es todo o nada, como en el póquer. Así son las reglas de una contienda en la que la victoria de Orihuela adquirió rasgos épicos, tanto por su estrecho margen como por el hecho de que no era el favorito en las quinielas iniciales. Hoy no puede haber duda de que fue quien más inteligentemente jugó sus cartas durante la campaña. A Orihuela hay que felicitarle por su éxito y desearle fortuna en el desempeño de un cargo que, como bien sabe el saliente José Antonio Cobacho, puede ser un potro de tortura en este contexto económico. En sus primeras palabras tras certificarse su triunfo, Orihuela hizo un llamamiento a la unidad de la comunidad universitaria. Y es que lo duro empieza a partir de ahora, cuando comience a gobernar un campus que mostró una división casi perfecta entre sus distintos estamentos y entre dos buenos candidatos. Me quedo con lo mejor que he visto. Una universidad que, pese a sus defectos y problemas, demostró que no está adormecida sino preocupada e implicada en la gestión de su futuro. Nunca en la historia reciente de la UMU se debatió tanto sobre las fortalezas y las debilidades de tan importante institución. Mi única duda es si después de tanta discusión pública existe hoy algún consenso sobre el rumbo a tomar.