Hacía lustros que no se enfrentaba a un folio en blanco y la memoria empezaba a traicionarle , pero muchos años antes de morir ya tenía Gabriel García Márquez franqueado el umbral de la eternidad por la puerta que está reservada a los grandes de la cultura. La desaparición del gigante colombiano de las letras me pilló enfrascado en la lectura de ‘Homo videns’, un demoledor ensayo sobre la cultura audiovisual y la televisión, del que es autor Giovanni Sartori, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Con el eco vivo de las frases de Sartori («la palabra ha sido destronada por la imagen»), compruebo que la muerte del maestro del realismo mágico se llora porque con Gabo desaparece un ser humano de talento excepcional, pero también porque muchos pensamos que sin él se debilita todavía más la cultura escrita en un mundo sometido a una veloz transformación. La tesis expuesta a finales de los 90 por Giovanni Sartori es de una tremenda rotundidad: la primacía de lo visible, impuesta por la televisión, está anulando nuestra capacidad para comprender y manejar abstracciones y conceptos. El ‘Homo sapiens’, dotado de pensamiento simbólico, es ahora un ‘Homo videns’, que ve sin entender. La transformación se acelera con funestas consecuencias. Los niños que han crecido frente a la pantalla del televisor reciben una impronta educacional que les convertirá, de por vida, en adultos sordos a los estímulos de la lectura y del saber transmitido por la cultura escrita. Esta atrofia cultural denunciada por el politólogo italiano está en la raíz de los malos resultados en comprensión lectora y en expresión escrita que hoy muestran nuestros adolescentes. La televisión es una fábrica de producir imágenes que no exigen ningún esfuerzo intelectual, a costa de anular conceptos que no tienen representación visual, como libertad, igualdad, justicia o derechos. Decía el propio García Márquez que si los intelectuales no hubieran detestado tanto la televisión, ésta no sería hoy tan mala. Seguro que tenía razón, pero el problema de fondo no tiene que ver tanto con la calidad como con el hecho de que lo visual, que debiera ser un complemento útil de la palabra, es ahora el todo. Hoy no existe ningún invento capaz de igualar el poder de entretenimiento que consigue la televisión, pero esta capacidad para ofrecer evasión se ha convertido prácticamente en su actividad central. Sin duda ayudaría una apuesta por la calidad frente a la pugna de las audiencias, hoy ya ineludible para obtener los ingresos publicitarios que permitan mantener un medio de masas de tan enorme coste. Lamentablemente la búsqueda de la excelencia no fue la gran apuesta cuando surgen las cadenas privadas en 1990 y triunfa pronto el modelo italiano de las ‘mamachicho’ y la telebasura. Si en la política cada vez nos parecemos más a Italia, aquí tienen una de las razones de fondo. Aún estamos a tiempo. Para empezar, más libros y un poco menos de tele.