El estruendoso rechazo de Miguel del Toro a dirigir el Info, pocos días después de aceptar públicamente el cargo, viene a confirmar que en la política regional todo es posible, incluso lo más inverosímil e impredecible. A algunos les sorprendió, para mal, que el reivindicativo expresidente de la patronal aceptase un puesto en el Ejecutivo. Pero a otros les pareció una excelente idea que un experimentado empresario se pusiera al frente de un organismo destinado a impulsar el tejido productivo. De una u otra forma, la noticia impactó a todos y a nadie dejó indiferente. Lo que muy pocos podían esperar (salvo quienes lo propiciaron) era un ‘gatillazo’ político de tal calibre, con un atronador portazo del constructor y su denuncia de una campaña difamatoria contra él de una parte del PP por un aval del Info que tendría pendiente de pago. Es verdad que después de 19 años de hiperliderazgo, la marcha de Valcárcel arrastraba el riesgo de luchas intestinas por el nuevo reparto de poder. De hecho, la designación de Alberto Garre como presidente se interpretó como una vacuna para mantener la cohesión del partido tras verse frustradas, por distintos motivos y al menos momentáneamente, las aspiraciones de Pedro Antonio Sánchez y Juan Carlos Ruiz. En la búsqueda de esa paz interna, ambos cohabitan ahora en el Gobierno en un plano de aparente equilibrio, como el que muestran Garre y Valcárcel en la bicefalia del Ejecutivo y del partido. A la vista de lo que públicamente se aprecia y de lo que consta que sucede soterradamente, esa múltiple convivencia armónica es más aparente que real. Cuando merodea tanto gallo en el gallinero marcando territorio, tanto cabreo matutino por declaraciones con doble o triple lectura y tanta filtración interesada, lo habitual es que la concordia se diluya más pronto que tarde. Como se descuide, el PP regional puede acabar reviviendo la ‘tragedia de los comunes’, esa vieja parábola sobre un grupo de pastores que compartían un pasto hasta que se agotó porque al final actuaron en función de los intereses cortoplacistas de cada uno. Y eso en política es vital porque las victorias ya no llegan porque el ganador genere entusiasmo, sino por el derrumbe del oponente, que siempre comienza con ‘fuego amigo’ entre afines. «¡Al suelo, que vienen los nuestros!», solía decir Pío Cabanillas, aquel ministro de UCD de fino sentido común. Años antes, Cabanillas y Manuel Fraga, siendo el primero subsecretario y el segundo ministro de Turismo, decidieron un día bañarse desnudos en una playa de Galicia, con tan mala suerte que al salir del agua se toparon con un grupo de monjas y de escolares. Fraga huyó hacia el coche tapándose las partes pudendas mientras Cabanillas, que iba tras él, le gritaba: «¡La cara, Manolo, tápate la cara!». Algo parecido le sucede por aquí al PP. Que es imposible cubrirse el rostro y las vergüenzas al mismo tiempo cuando las navajas cachicuernas quedan al desnudo.