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Partitocracia y populismo

En todos los partidos políticos hay un núcleo duro, un reducido número de dirigentes que dominan la vida interna y marcan el rumbo en torno a la figura de un líder. En ese ‘círculo interno’ o ‘coalición dominante’, como lo llamaban los politólogos Maurice Duverger y Angelo Panebianco, el líder mantiene la cohesión con incentivos colectivos y selectivos. Si el partido está dirigido por un hiperlíder, a éste le basta con avivar las expectativas de futuro de cada miembro para mantener la unidad y la concordia. Legitimado por sucesivas victorias en las que rompía el techo electoral del PP, Valcárcel supo manejar como pocos ese juego de incentivos y expectativas hasta que llegó su proceso de sucesión y su dedo, previamente orientado hacia una terna, apuntó finalmente fuera del ‘círculo interno’, para desconcierto de parte de sus cuadros intermedios, militantes y en general de la sociedad murciana, que no entendió nada. Y casi sin solución de continuidad llega el 25M y el PP, con Valcárcel volcado en la campaña, vence con holgura, pero con el peor resultado desde 1991, un desplome de 24 puntos en las urnas. En cualquier otra formación, el candidato habría pasado un mal trago ante los suyos, pero el PP regional empieza a ser un caso singular digno de estudio. En la pasada Junta Directiva, donde se congregaron unos 300 dirigentes regionales y locales, no hubo atisbo de autocrítica por parte de la cúpula. Y cuando los alcaldes y pedáneos pidieron más conexión con la calle y mejor comunicación política, lo que sobrevino fue una clara advertencia de Valcárcel de que no tolerará disensiones. Visto lo ocurrido con Juan Bernal, los presentes captaron el mensaje. Desde fuera, esa llamada a apretar filas y a callar la boca, evoca a las filípicas de los entrenadores que controlan ferreamente el vestuario. Pero eso no cambia la realidad: el 25M ha sido un claro aviso al PP regional. Ganó el partido por la debilidad contumaz del principal rival, pero sin un esquema de juego ni proyecto definido de futuro, con casi 130.000 adeptos que le han dado la espalda y ofreciendo espectáculo donde no debe, con nombramientos frustrados o inverosímiles para recolocar a excompañeros de viaje, mantener pequeños privilegios terrenales o adquirir blindajes judiciales. Al PP regional le está pasando como al Real Madrid de Mou, que vence sin convencer y con el riesgo de generar antipatía incluso en sus votantes tradicionales. Y todo ello en medio de una oleada de hastío ciudadano con la clase política y su creciente deriva partitocrática, que es lo que reflejaban los barómetros del CIS y ahora la suma de la abstención con el voto de castigo a los dos grandes. Los partidos políticos son un instrumento imprescindible para la democracia pero, como señaló hace un siglo el sociólogo Robert Michels, son parodójicamente instituciones poco democráticas en su funcionamiento interno. Si no se regeneran con rapidez, irán en retroceso y avanzarán las formaciones populistas y radicales.

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