Decía el domingo pasado que veía deshilachado y titubeante al Gobierno de Garre con el asunto del aeropuerto, pero no imaginaba que las costuras iban a reventar un día después con un sonoro portazo -el del consejero Campos- en el propio despacho de la ministra Pastor. Parece increíble que un episodio tan extravagante suceda en un país como el nuestro, pero ya ven. El comportamiento de Campos no tiene un pase. Le deja en mal lugar a él, a quien le recomendó, a quien luego le mandató para resolver un contencioso en el que están en juego 182 millones de dinero público y, lo peor, a quienes representaba en esa reunión, el conjunto de los murcianos, víctimas del enésimo revés reputacional. Al temperamental, casi teatral, fin de la trayectoria política de Campos le siguió una pestilente segunda parte, en forma de comentarios ‘sotto voce’ contra el exconsejero de personas que forman parte de las altas estructuras del Ejecutivo regional. Convertido ya en cadáver político, comenzó la lapidación de quien había formado parte de sus propias filas, como si hubiese aterrerizado en el Gobierno por arte de magia, como si sus fortalezas, que las tenía, hubieran desaparecido por ensalmo y solo quedaran al aire sus debilidades archiconocidas. Ni al enemigo se le entierra con tanto deshonor. Garre dio la cara y mostró reflejos para remendar el roto, aunque no pudo disipar la evidencia de que Corvera ha arrollado a un Gobierno sobrepasado por la magnitud de este entuerto económico y jurídico. Con el relevo se habrá reforzado políticamente, pero al Ejecutivo se le percibe inseguro, impredecible y sin capacidad para generar certidumbre. Y eso desgasta electoralmente al PP más que el propio hecho de que siga cerrado el aeropuerto. No basta con ser cercano y honesto. Hay que fijarse una línea de actuación, perseverar en ella y gestionar los problemas, incluido los heredados. Lo escalofriante es, que durante meses, en la cúpula del PP se atribuyeron sus malos resultados en las europeas a que en ese fin de semana de mayo, además de bodas y bautizos, hizo un buen tiempo de escándalo (por cierto, como siempre). Solo las encuestas electorales hicieron despertarse al partido gobernante, que ahora ha interiorizado que necesita fomentar la participación ciudadana y abrirse a la sociedad. No deja de ser chocante cuando recientemente se ha actuado en la dirección contraria, nombrando a un dirigente del partido para presidir el Consejo Social de la Universidad de Murcia, algo que, independientemente del ímpetu y las cualidades de la persona elegida, no hay por donde cogerlo, por mucho que se vea con normalidad en la sociedad murciana. Del posterior intento de fichar al presidente del Consejo Jurídico para diseñar la estrategia electoral del PP ya está todo dicho. En el PP, el PSOE y demás partidos hay muchas personas sensatas, pero a la hora de hacer política prevalecen los calentones, las improvisaciones y los arreones. Y así pasa lo que pasa.