Meses antes de su dimisión, en una comida en Madrid, Ruiz Gallardón justificaba los cambios de criterio en la reforma de la ley del aborto a una decisión de Rajoy que acataba con disciplina. «A mí no nombraron ministro los electores, sino él». ¿Y por qué el giro respecto a la elección de los vocales del CGPJ? «Nos hemos dado cuenta que la asociaciones de jueces están politizadas», dijo sin titubear. Amárrame los pavos, pensé para mis adentros, abiertos en canal ante semejante revelación. Pese al cinismo al cubo de la frase, tenía una lógica evidente. Puestos a seguir con una judicatura politizada, mejor por nosotros que por los jueces. Ahora hay otra persona al frente de Fiscalía General del Estado, donde se reciben visitas que harían sonrojar a Montesquieu, y otro ministro, ese que quiere sancionar por informar de sumarios de interés público, olvidando que el principio de publicidad procesal ya estaba en la Constitución de Cádiz, como garantía de juicio justo para el acusado. «Este ministro se está portando muy bien», me dijo hace semanas un influyente político del PP. Vayan olvidándose de la limitación de aforamientos y otras zarandajas regeneracionistas. Tabla rasa a las reformas (fallidas) y vuelta a la vieja política judicial. Los magistrados del CGPJ y del Supremo seguirán siendo elegidos por los partidos para expedientar a jueces díscolos o realizar instrucciones exprés de las señorías imputadas. (He visto atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Pero todo esto… uff!).