Rompedor. A priori, ni mejor ni peor, pero desde luego distinto y con refrescante aire renovador. Seis mujeres y tres hombres para un Gobierno donde son mayoría los profesionales que no están afiliados ni han hecho carrera en el partido que ganó en las urnas. Suena bien. Mucho ‘jasp’ (’jóvenes aunque sobradamente preparados’), con buena trayectoria profesional fuera de la política y reputación de gente trabajadora. El Ejecutivo de Pedro Antonio Sánchez es coherente con los mensajes que lanza desde que fue nominado candidato. Si quería convencer de que se abre una nueva etapa y una nueva forma de hacer política tenía que arriesgar y plasmar en el perfil de su Gobierno lo que eran solo gestos y bellas palabras. El término ‘soft power’, acuñado originalmente para describir la política exterior estadounidense basada en la persuasión, la sutileza y el diálogo frente al poder coercitivo de la acción militar o la sanción económica, encaja con lo que parece pretender. Un equipo de caras amables, conectado con la sociedad, sin estridencias ideológicas y generacionalmente renovador para ganar la confianza de la ciudadanía y de sus agentes sociales por la vía de la persuasión y el consenso. De hecho, es el Gobierno popular con menos peso político. Éste descansa por completo sobre los hombros del presidente, que mandó toda su artillería política a la Asamblea porque allí se dirime por primera vez la pugna partidista. El gran interrogante es el de todos los gobiernos precedentes. Si dará la talla en la gestión para resolver, por fin, los sempiternos retos de la Región. Hoy lo único seguro es que Sánchez impondrá un ritmo frenético a su equipo para intentarlo.