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Aylan

Hace semanas, en el Parque Regional de San Pedro del Pinatar, la rojiza tonalidad de sus aguas colmatadas de sal, por la acción de ciertas algas, me hizo recordar que Homero atribuía al mar Egeo el color del vino tinto. Dicen los estudiosos que, en los tiempos del autor de la Iliada, los griegos bebían un vino azulado por el agua alcalina con el que se fermentaba el zumo de uva. Tras la desgarradora imagen del pequeño Aylan Kurdi, yaciendo sin vida en una playa turca al intentar con su familia alcanzar la isla griega de Koos, para huir del hambre y la violencia de su Siria natal, hoy percibo rojizas las aguas de las costas de Europa por la sangre derramada de miles de refugiados. La vida es un largo camino lleno de aventuras, experiencias y peligros, como escribía Kavafis en su poema ‘Viaje a Itaca’, pero para las víctimas inocentes de la barbarie suele ser muy corta y cruel.

Ante la fotografía de ese niño de tres años experimento la misma sensación que el periodista y escritor italiano Curzio Malaparte cuando, viajando por su país en 1944 con una división norteamericana, observó en una cuneta a diez mujeres muertas a las que otras mujeres vestían para el velorio: «Únicamente manos de mujer eran dignas de tocar aquellos rostros de mujeres muertas. Yo vi en ello una especie de rebelión contra los hombres, contra su crueldad, su enconado furor destructivo y asesino. Ninguna mano de hombre, de padre, marido, hermano o hijo, era digna de tocar aquellos rostros de cera, aquellos cabellos largos y lacios, aquellos ojos medio cerrados». Solo las manos de otro niño deberían tocar el cuerpo sin vida de Aylan. Al padre del pequeño se le escapó de las suyas en un bote en plena noche, pero la de Aylan no puede calificarse de muerte accidental. El furor destructivo y asesino del Estado Islámico está en el origen de ésta y otras miles de vidas truncadas.

Quienes estamos en la orilla europea tenemos ahora una ineludible responsabilidad colectiva ante la desgarradora situación de los refugiados procedentes de Siria, hacinados en Hungría por la débil respuesta humanitaria de la UE. Tenía razón Curzio Malaparte: en nuestra cultura europea, cimentada sobre dos mil años de tradición cristiana, nos vemos moralmente impelidos a la piedad, pero no tanto a la solidaridad, que es un valor reciente en términos históricos. El proyecto de la UE se edificó precisamente sobre el ideal del esfuerzo compartido para proteger los derechos humanos. Y lo hemos pasado por alto durante los cuatro años de guerra en Siria. También, incluso, cuando el drama de quienes huían del Estado Islámico ya era visible hace meses en territorio europeo. Solo cuando la situación se agravó el pasado mes en Hungría y Macedonia, la UE convocó el 31 de agosto una reunión calificada de urgente, pero increíblemente señalada para el 14 de septiembre. El posterior macabro hallazgo en Austria de decenas de inmigrantes muertos en un camión, el drama de los sirios atrapados en la estación de trenes de Budapest y, por último, el aldabonazo mundial a las conciencias producido por las imágenes de Aylan despertaron de su letargo vacacional a la burocrática maquinaria de la UE, evidenciando todas las carencias de las autoridades europeas ante las crisis humanitarias. Ante la falta de decisiones concretas de las instituciones comunitarias, que ahora inapelablemente empiezan a cuajar, la sociedad civil comenzó a movilizarse en toda España, incluida la Región de Murcia, para acoger a quienes huyen de la violencia y el hambre. No será la primera vez. En 1993, casi 400 bosnios arribaron a la Región. Aquí encontraron cobijo tras vivir el horror de la limpieza étnica desplegada por el líder serbio Slodoban Milosevic durante la guerra de los Balcanes. Muchos de esos refugiados acabarían desplazándose a otras comunidades o a otros países, pero aún viven entre nosotros unas pocas familias en Murcia, Cartagena, Mazarrón, Jumilla y Caravaca. Como relatamos hoy en ‘La Verdad’, estos ‘murcianos’ rubios venidos del Este aún se estremecen, 22 años después, rememorando su estancia y fuga del infierno. Ellos mejor que nadie entienden el desgarro de los refugiados sirios.

Las claves de la actualidad analizadas por el director editorial de La Verdad

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