La última ocurrencia de nuestra ‘viejoven’ cofradía del santo reproche fue politizar la Semana Santa. Unos con un desatino laicista que estaba condenado al fracaso y otros con una sobreactuación en la calle y la Asamblea Regional
El ejercicio del liderazgo democrático no consiste en dar sin más a la gente lo que pide, sino interrogar a la ciudadanía sobre lo que necesita». Solo un poeta que se autocalificaba de antifilósofo (Paul Valéry) podía decir algo tan sensato y a la vez utópico, al menos en estos tiempos donde la política se ha colmatado de guiños, de iniciativas-trampa para retratar a los adversarios, de verborrea declarativa, de búsqueda de una foto o titular a cualquier precio, de decisiones improvisadas basadas en sondeos… Todo esto era habitual cuando se acercaba una llamada a las urnas, pero es tal la volatilidad del escenario político, donde nadie descarta nuevas elecciones, que los gestos y la superficialidad es el pan nuestro de cada día. Se cumplen tres meses desde el 20D y seguimos sin acuerdo de Gobierno porque en el actual marasmo institucional impera la politiquilla al menudeo, los vetos cruzados y ese ‘charlamentarismo’ improductivo que describió Unanumo a finales del siglo XIX. Los supuestos renovadores, que venían revestidos con ínfulas de purificación democrática, o nunca lo fueron o envejecen a velocidad supersónica. No hay más que ver la purga soviética con la que Pablo Iglesias zanja las disidencias en la cúpula de Podemos.
La peor de las noticias no es la tardanza en formar gobierno, que llegará, sino constatar que la manida ‘nueva política’ no está demostrando ser mejor que la vieja y que se propaga fácilmente porque no precisa de mucho armazón intelectual. Es viral, como los ‘selfis’ que se hacen nuestros políticos con frenesí para hacernos ver que están donde deben estar, aunque allí realmente no hagan nada. En la Región, donde una de cada cuatro personas está en paro, la última ocurrencia de nuestra ‘viejoven’ cofradía del santo reproche ha sido politizar la Semana Santa. La extemporánea moción laicista de Cambiemos en el Ayuntamiento de Murcia era un desatino, pero no iba a llegar a ninguna parte al carecer de apoyos y amparo constitucional. Y sin embargo, líderes del PP y del Gobierno regional se sumaron a una concentración de repulsa surgida en la sociedad murciana como si, sin su presencia, realmente corriera peligro nuestra milenaria historia cultural y religiosa. Para completar la sobreactuación, todos los grupos en la Asamblea tuvieron que hacer su correspondiente auto de fe con las tradiciones murcianas. Fue también Valéry quien dijo que «en toda cosa inútil hay que ser genial o no meterse en ella». Sabio consejo que evitaría comprobar cómo algunas carreras políticas nacen mediocres, otros alcanzan la mediocridad en tiempo récord y a otras la mediocridad se les viene encima a las primeras de cambio.
Esta política-espectáculo está acumulando demasiados comportamientos en esta legislatura que son difícilmente excusables porque socavan la calidad democrática. El PP regional empezó por incumplir el pacto de investidura con Ciudadanos con el extravagante argumento de que la prevaricación, penada con inhabilitación para cargo público, no puede considerarse corrupción. No menos insólita fue la posterior y simplista argumentación de los tres partidos de la oposición de que 23 (diputados) son más que 22 como última y resolutiva justificación de sus acuerdos. Semejante reducción de la esencia de la democracia a una cuestión aritmética pondría los pelos de punta a John Adams y a otros que se preocuparon por introducir mecanismos para proteger a las minorías y las libertades individuales en las democracias representativas. Si los rodillos parlamentarios eran antes poco recomendables, también lo son ahora. Más aún si conducen a conflictos de competencia y choques institucionales entre el Ejecutivo y el Legislativo. No hace falta haber leído a Tocqueville o Montesquieu para entender lo negativo de la ruptura de esos contrapesos. Bastaría con revisar el Estatuto de Autonomía para saber cuál es el papel de cada uno. La tramitación de las enmiendas, con un aumento y recorte de partidas a ciegas, fue todo un carajal que explotó sobre varios sectores productivos. Y tan cierto es que el PP los movilizó para que protestaran como que la oposición actuó irresponsablemente porque ni se molestó en analizar el impacto colateral de sus propuestas. Hay comportamientos insólitos: Ciudadanos dio su apoyo a los Presupuestos, que incluían 5 millones para el Rosell, y solo semanas después respalda una moción junto al PSOE y Podemos que implica un gasto de 50 millones para ese hospital. Y ahora acaba de llegar a un acuerdo con los centros tecnológicos, tras haber propiciado un recorte de sus fondos, que implicará otra modificación de los Presupuestos. En el colmo del ‘teatrillo’, C’s rectifica pero lo vende como una mejora porque apadrina un plan de financiación plurianual que ni presupuestará ni gestionará. Lo tendrá que hacer el Gobierno regional que, por cierto, dice tener las habas contadas en las arcas públicas, pero promete reactivar este año la carrera profesional en la sanidad. Todo es muy poco serio. Y qué decir del ‘piscinazo’ del socialista González Tovar, amagando con una moción de censura sepultada en horas por Ciudadanos, o el del consejero Bernabé, que envía a sus tropas a tomar posesión de Corvera cuando la decisión del TSJ era recurrible y estaba avisado. Marasmo y pasmo.