No faltan argumentos para sacar pecho, pero tan ocupados estamos en reclamar lo que nos falta que olvidamos con facilidad preservar todo lo positivo que ya tenemos y nos distingue
Vivimos en una gran región. A pesar de que somos noticia nacional periódicamente por presuntos casos de corrupción, a pesar de que la brecha de desigualdad se ha acrecentado con la crisis, a pesar de que la población en riesgo de exclusión alcanza tasas lacerantes, a pesar de que el paro aún frisa cotas inasumibles, a pesar de que nos falta el agua que precisan nuestros cultivos, a pesar de que se nos castiga con una red ferroviaria del siglo XIX… A pesar de que nuestra región es manifiestamente mejorable en muchos aspectos, no todo es agua estancada, que diría Miguel de Unamuno. Todo lo contrario. Y es conveniente recordarlo porque los fracasos de algunos no deben dañar la autoestima de todos.
Goethe afirmaba que «para conocer a la gente hay que ir a su casa». A la nuestra vienen menos visitantes de los que nos gustaría. Y como el sentimiento de pertenencia a España prevalece por encima de cualquier otro, tampoco somos muy dados a proyectarnos al exterior o a exhibir orgullo de pertenencia a la Región. Estamos en el polo opuesto de los nacionalistas, excluyentes y expansivos. «Haced vosotros las leyes, dejadme a mí cantar las baladas de la nación», decía un teórico del nacionalismo vasco, como recuerda a menudo el historiador Fernando García de Cortázar. Puede que Murcia no saliera bien parada cuando se configuró el Estado de las autonomías, por el desgajamiento de Albacete y por la deficiente negociación de las competencias transferidas, pero no cabe decir que la Región de Murcia es hoy una pura construcción jurídica vaciada de sentimiento. Que haya sido históricamente territorio fronterizo y crisol de culturas nos ha blindado contra histrionismos identitarios, propiciando que las distintivas señas de identidad se vivan y se sientan hoy con la naturalidad propia de una tierra de acogida. El factor identitario y cohesionador existe y podría haber sido más acentuado si hubiéramos cuidado como se merece nuestro patrimonio histórico, cultural y natural, o si hubiéramos trabajado con más acierto la imagen que proyectamos al resto de España, aunque echar la vista atrás solo conduce a la melancolía o al victimismo. Sin perder ese espíritu crítico que es imprescindible para progresar, lo cierto es que no faltan motivos para sacar pecho.
Somos la quinta región más exportadora de España, la primera en el sector hortofrutícola. Se nos reconoce como los líderes nacionales en reutilización y depuración de aguas residuales. También como la capital europea de la economía social y lideramos el crecimiento de mujeres autónomas. Nuestras piscifactorías de atún rojo son las mejores de Europa, somos los mayores productores de zumos de la UE y una de cada dos lechugas exportadas desde España se cultiva en la Región. El hospital con mayor tasa de donación de órganos es La Arrixaca, un referente a nivel nacional en trasplantes hepáticos y de médula. Cartagena es hoy el municipio con más banderas azules del país y no hay provincia española con más fiestas de interés turístico internacional. Pocos nos ganan en solidaridad. La mejor muestra fue la respuesta social ante la tragedia de Lorca. Y en pocos lugares hay tanta sensibilidad con las enfermedades raras o con el problema de los desahucios. Escritores como Arturo Pérez-Reverte y María Dueñas dominan las listas de ventas, nuestros grupos de música rock arrasan en todo el país y el mejor atleta español de los últimos años se llama Miguel Ángel López y es de Llano de Brujas.
El Día de la Región, que se celebra el próximo jueves, debería servir para fijarse retos, depurar lastres y hacer revisión de lo positivo, incluido aquello que podemos perder si no actuamos con cabeza y decisión. La situación medioambiental del Mar Menor es un ejemplo paradigmático de indolencia administrativa. Desde hace tiempo estaban presentes las señales de alerta, pero no fue hasta que ‘La Verdad’ mostró recientemente en su página digital la situación creada en El Albujón cuando empezó a buscarse una solución urgente a un problema que amenaza a una laguna costera única en el Mediterráneo. Tan ocupados estamos en reclamar lo que nos falta que a veces olvidamos preservar todo lo positivo que ya tenemos y nos distingue.