Es sabido que Rajoy, incluso en los momentos en que se le acumula más peso muerto en los costados, goza de la flotabilidad del corcho. Lo debe tener muy interiorizado porque ni los suyos entienden la poca sensibilidad y sentido de la oportunidad demostrados, por apuntar algo suave, al designar ahora para el Banco Mundial al ministro que dimitió por mentir sobre sus negocios en paraísos fiscales. Es verdad que ya puede estar el mar en llamas que el presidente en funciones encontrará un madero donde asirse y lanzará una presa propicia para distraer a los tiburones, si bien no hay ‘baraka’ que sobreviva una eternidad. Tras la rebelión en el PP, encabezada por el ‘barón’ gallego que en dos semanas se la juega en las urnas, toda la presión se ha descargado sobre los hombros del ministro De Guindos, que no poca responsabilidad tiene en este asunto. Ya no solo por la designación, finalmente frustrada, sino por las justificaciones posteriores que hasta ahora se han demostrado alejadas de la realidad. Como en la película ‘Danzad, danzad, malditos’, en este maratón de desgobierno vencerá quien haya aguantado más tiempo en pie al final del baile. Y para ello está contraindicado el sobrepeso político. Rajoy lo sabe. Que se lo pregunten a Alberto Ruiz Gallardón, un verso suelto que se quemó (o lo quemaron) a lo bonzo ante la indiferencia de los ‘sorayos’, la facción tecnócrata del Ejecutivo, y el G5 (los ministros cuyo mayor activo político previo era su amistad con Rajoy). Si ya había colocado a Gallardón en el Consejo de Estado, a Wert en la embajada parisina de la OCDE y a Cañete como comisario europeo, no era de extrañar que Rajoy acabara dando el plácet al exministro con el que trabó amistad cuando frecuentemente viajaba a Canarias para visitar a su padre. Pero quién podía imaginar que el presidente en funciones, a quien se tiene como un consumado estratega de los tiempos políticos, haría saber del nombramiento de Soria minutos después de su fracasada investidura. Y sin avergonzarse un ápice.
Pedro Sánchez también ha tejido su propio galimatías. Desorientado en su particular triángulo de las Bermudas (no a Rajoy, no a nuevas elecciones y no a un gobierno con Podemos e independentistas), ahora se ha subido al carrusel de una ronda de contactos sin postularse como alternativa, una iniciativa que no acaban de entender ni sus afines y que parece exclusivamente centrada en desprenderse de la etiqueta de Mr. No, para no aparecer ante la opinión pública como el principal obstáculo para la gobernabilidad de España. En este paréntesis hasta las gallegas y vascas, las aguas también comienzan a bajar turbulentas en Podemos, donde el liderazgo en Madrid ha vuelto a reflejar las divergencias estratégicas entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. En mayor o menor medida, el desgaste ya alcanza a todos los líderes.
Problemático y febril. El otoño político que está por escribir tiene letra de tango, pero en los prolégomenos se baila al ritmo de la yenka, un pasito para adelante, un pasito para atrás. Ciudadanos, que se contornea lateralmente, primero a la izquierda y luego a la derecha, o al revés, ya ha protagonizado su primera cabriola de la temporada en la Región. En cuestión de horas, firma con PSOE y Podemos una propuesta para cambiar el modelo de la TV autonómica que luego retira. Todo un esperpento como lo fue la espantada del ‘pacto del Moneo’. Esto de tomar una decisión y luego calcular sus costes políticos y económicos es contagioso: Podemos y PSOE han cifrado el impacto financiero de su nueva televisión como el Gobierno regional cuantificó los beneficios laborales y económicos de las competencias de Costas. A ojo de buen cubero. Todo vale para preservar la buena imagen ante los respectivos. Como encomendarse a la Virgen de las Huertas, como hizo la consejera de Agricultura, para traer agua a los campos. O decir ‘no’ al proyecto de Puerto Mayor y encargar un informe a la UMU que desaconseja la pasarela del Mar Menor y luego preguntar a los bañistas por las playas si quieren un puerto deportivo y una pasarela. Estamos en la antesala de un otoño político con torrencial gota fría. Con posibles elecciones en diciembre, la oposición prepara una estrategia de duro desgaste al PP en la Asamblea. Olvídense de los nuevos pactos de San Esteban. Hasta aquí llegó la tregua estival.