Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie. La frase pronunciada por un personaje de la novela ‘El Gatopardo’, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, dio origen a un término muy usado en política, casi siempre con connotaciones negativas, para describir los cambios ideados para que nada cambie. La apuesta continuista de Rajoy plasmada en su nuevo gabinete tiene aromas lampedusianos porque, aunque incorpora varias caras que dan un cierto aire de renovación y reordena competencias, preserva su esencia con el mantenimiento del núcleo duro (Sáenz de Santamaría, Luis de Guindos y Cristóbal Montoro). Rajoy no ha cambiado todo sino que ha hecho las modificaciones mínimas para intentar que nada cambie en lo sustancial: su programa económico y el control del juego político y sus tiempos, como en su etapa de mayoría absoluta, en un escenario radicalmente distinto. En la inédita situación de inferioridad aritmética en el Parlamento, y ante la avalancha de posibles reformas en el hemiciclo, no es casual que Sáenz de Santamaría haya dejado la portavocía del Consejo de Ministros. Ahora el centro de gravedad se desplaza al Congreso de los Diputados, donde la vicepresidenta tendrá especial protagonismo como responsable máxima de las espinosas cuestiones territoriales, desde el órdago catalán al modelo de financiación y la posible reforma constitucional. Sobre ella recae toda la coordinación entre el Ejecutivo y el grupo parlamentario para engrasar las obligadas tareas de negociación a las que se enfrenta Rajoy.
Aún es pronto para saber si a los intereses regionales les irá mejor con este Gobierno, pero de partida hay un inicio alentador: por lo menos no habrá que explicarle de cero a la ministra de Agricultura la gravedad del problema del agua y sus consecuencias económicas y sociales para la Región. Y, en principio, parece que el ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, muy cercano a muchos políticos murcianos, debería tener una especial sensibilidad para con nuestra maldición ferroviaria como exalcalde de una capital de una periférica región uniprovincial.
Otra cosa distinta es caer en la ilusión de que la solución para nuestros particulares lastres puede llegar de un día para otro. Con un ajuste pendiente del gasto público de 5.000 millones, ni los más optimistas sueñan con un impulso inversor. Y respecto al agua, no cabe engañarse. La posibilidad de un consenso nacional es mucho más complicada con la fragmentación del arco parlamentario, más aún si el presidente de Gobierno continúa orillando los desafíos que suscitan conflictos territoriales. A Rajoy le fue muy bien con su mantra de que quien resiste gana. Pero no así a quienes son víctimas de la inacción política y la falta de acuerdos de Estado, como nuestros regantes. Por otro lado, conviene asumir que la figura de los ministros está sobrevalorada. Cierto es que si uno sale malo puede generar desastres. Ahí está Wert como prueba viviente. Pero ni los más eficaces y certeros tienen muchas veces un papel determinante. Ana Pastor (que cada cual la sitúe en el pelotón de ministros aceptables o ineficaces) se enfrentó en Fomento a la gravísima carcoma enquistada en el sector de la obra pública (el ventajismo de las grandes constructoras con los modificados de proyecto y los sobrecostes), pero la ha dejado sin resolver. Y, además. ¿qué más da quién sea el ministro de Fomento si en el interno de Adif al final deciden los mismos de siempre, con sus ritmos, criterios y prioridades? Dicho eso, permanecer 315 días, más los cinco de propina de Rajoy, con ministros interinos fue una insensatez que causó estupor en toda Europa. Son innumerables los asuntos de interés regional paralizados estos meses en los ministerios y sometidos a revisión por legiones de abogados del Estado para intentar darles cauce. Por tanto, lo mejor del nuevo Gobierno, sea lampedusiano o no, es que no está en funciones y tendrá ya que gestionar y rendir cuentas. Entre los aciertos de Pedro Antonio Sánchez está el haber entendido que el progreso regional hay que pelearlo en Madrid, empujando y estableciendo alianzas en el mundo político y en el económico. Eso compensó en buena parte algunos desaciertos en la alineación de su Ejecutivo, donde ya empieza a oler a quemado en varias consejerías. Si el presidente y todos los diputados murcianos apuntan, sobre la base de pactos regionales, en la misma dirección, entonces probablemente sí nos irá mejor.