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El señor de Murcia

Desde 1995, con las apabullantes mayorías absolutas de Valcárcel, el PP ha podido presumir de que es el partido que más se parece a la Región de Murcia. Un intenso crecimiento económico completado con el maná de los fondos europeos, una oposición desarbolada y hundida con la derogación del Trasvase del Ebro frente a un partido convertido en una perfecta máquina electoral, una hábil instrumentación política de la reivindicación del agua y las infraestructuras, una incrustación en el tejido social trenzada con habilidad, empatía y ayudas públicas, un indiscutible liderazgo interno de quien supo dar juego a los suyos, rodeándose de pesos pesados… Es una larga combinación de factores la que hizo del PP, en una región de ideología mayoritariamente conservadora, todo un ejemplo de éxito político, especialmente en sus primeros ocho años. Más tarde, el coloso empezó a flojear abruptamente con la llegada de la crisis económica y el distanciamiento con una sociedad donde bullía el anhelo de una profunda regeneración da la vida pública. Esa comunión perfecta con el electorado se diluyó cuando bajó la marea, hubo que gestionar las vacas flacas y se comprobó que el rey estaba desnudo. Veinte años después quedó patente un legado significativo de nuevas carreteras, hospitales, depuradoras… pero también un modelo productivo fallido y una patente incapacidad para resolver los grandes problemas de la Región, como la falta de agua e infraestructuras. Y donde no había problemas se crearon por miopía o desidia, como sucede con el Mar Menor. Costosos ‘elefantes blancos’ como el aeropuerto de Corvera o la desaladora de Escombreras siguen todavía lastrando a la Región, pero aún así el PP sigue proyectando más atributos positivos que sus adversarios ante la opinión pública. De hecho pudo haber logrado la mayoría absoluta en las autonómicas de 2015 si Valcárcel y Pedro Antonio Sánchez no la hubieran tirado por la borda por el empeño en mantener a Pilar Barreiro, un activo de gran valor durante muchos años que derivó en una previsible y pesada losa electoral. El resultado fue la pérdida de 146.000 votos, 11 escaños y el fin de la mayoría absoluta en la Asamblea, por un solo diputado.
La crisis económica y el desafecto hacia la clase política hicieron mella en una sociedad murciana que cambió más rápido que el PP, que vio cómo un alto porcentaje de sus votantes se refugiaron en la abstención y en Ciudadanos. De lejos sigue siendo hoy la opción mayoritaria, pero tenía pendiente una renovación de liderazgos, políticas y mensajes si no quería continuar pendiente abajo. La oportunidad le llega de la mano de Pedro Antonio Sánchez, el delfín de Valcárcel que quiere marcar su propia impronta, investido ayer como presidente del partido por abrumadora aclamación. La posibilidad de que pueda acabar siendo procesado por el ‘caso Auditorio’ no ha mermado la confianza de los suyos, que lo arropan monolíticamente. Tiene el aprecio y la confianza de sus militantes. De entre todos ellos es el que reúne las mayores cualidades para dirigir el partido.
Tiene juventud, suficiente experiencia, ímpetu, empatía, ganas de hacer y una enorme capacidad de trabajo, cualidades que vienen a suplir otras carencias y defectos, como la obsesión por la hipervisibilidad, el relato icónico y la elección de no pocos colaboradores de discretos méritos, más allá de la fidelidad a su liderazgo. No es Churchill (como yo no soy Larra) pero demuestra estar hecho de una pasta especial. Sangre, sudor y lágrimas. Antes que tirar la toalla, se la come. Y todo por un rasgo, el esencial y definitorio de su personalidad: la ambición política. Es su mayor activo. Dinamiza a sus equipos, se fija objetivos y se lanza a por ellos. Pero también es su talón de aquiles. Si mantuvo contactos que no fructificaron con los empresarios de la ‘Púnica’ o tramitó el Auditorio de forma chapucera de principio a fin habría sido por esa irrefrenable ambición por triunfar en política desde que participó en un mitin con 14 años. Le conozco lo suficiente para saber que no aspira a privilegios personales o a vivir por encima de sus posibilidades. Con su chaqueta con coderas y su ausencia de complejos por sus orígenes humildes, PAS no está en eso ni para eso en política.
Dicho lo cual, sinceramente no sé qué haría para ganar unas elecciones o por su partido. Si se pasó de frenada y vulneró el principio de legalidad, de manera consciente o no, es una cuestión que deben dilucidar los jueces. Y si el TSJ determina que hay evidencias para procesarlo deberá responder por ello y tendrá que irse. La Región perdería a uno de sus mejores políticos, pero mantendría intactos los principios democráticos del Estado de derecho, aquellos que históricamente han defendido la gente de orden que respeta el cumplimiento de la ley y el trabajo de jueces, fiscales y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad por encima de intereses partidistas o personales. Si supera el trance judicial, sus actuales adversarios que le han investigado hasta la saciedad quedarán tocados ante la opinión pública, aunque tampoco él saldrá completamente indemne de esta crisis política. De su discurso inicial, a la par regeneracionista y reformista, ya solo queda lo segundo. Deberá recuperar rápidamente su crédito personal dado que es indiscutible que rompió su pacto de investidura, incumplió la palabra dada y para defenderse creó un relato donde se entrevera lo real con lo ficticio. Y la Región está necesitada tanto de un liderazgo fiable como de esos acuerdos políticos por el agua, las infraestructuras y la educación que él mismo ofertó a una oposición donde ya no encontrará un puente de conexión en pie.
Por el contrario, el interno del PP es una balsa. La etapa abierta tras 25 años de valcarcismo arrancó ayer con un cierre de filas con PAS en un congreso marcado por el trasfondo de su situación judicial. Un cónclave de adhesión personal, reivindicativo sobre el proyecto popular y con duras críticas al líder socialista, Rafael González Tovar. Sin un ápice de autocrítica, excepto cuando Valcárcel asumió, en un gesto que le honra, toda la responsabilidad de los proyectos fracasados. Sánchez renovó ampliamente la cúpula dirigente del partido combinando experiencia y juventud, pero también en clave de lealtades personales. Apostó sobre seguro al elegir como secretaria general a Maruja Pelegrín, un ejemplo de seriedad y rigor que cuenta con el respeto de todos los militantes. Con ello eliminaba cualquier señalamiento que pudiera interpretarse en clave sucesoria por si el ‘caso Auditorio’ le dejara en fuera de juego. Potencia a sus dos ‘pretorianos’ (Víctor Martínez y Fernando López Miras), Patricia Fernández y Marcos Ortuño se quedan como estaban y Teodoro García sigue de enlace en Madrid. No hay plan B ni más líder que el ‘señor de Murcia’, como le llamaron Rajoy y el fiscal general del Estado.

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