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Una ‘teoría del todo’

Gracias a Stephen Hawking estamos más cerca de entender las leyes que gobiernan el Universo y cómo nació tras un gran estallido primigenio, pero jamás podremos explicarnos cómo alguien es capaz de quitarle la vida a un niño

Aquel día de octubre de 1989, las 1.300 plazas del auditorio Ramón y Cajal de la Complutense resultaron insuficientes para ver y escuchar a Stephen Hawking. Era tanta la expectación despertada entre los alumnos por el científico más popular del mundo que los organizadores de la conferencia tuvieron que habilitar monitores en los pasillos y en el exterior de la Facultad de Medicina. Cuando concluyó su charla, media docena de periodistas pudimos participar en una breve pero a la fuerza inolvidable rueda de prensa con Hawking. Solo hubo tiempo para tres preguntas porque el físico británico, aunque se comunicaba con frases muy cortas, tardaba una eternidad en responder con ayuda de su ordenador y un sintetizador de voz. O así nos lo pareció, en el silencio sepulcral de la sala, a los presentes, inmóviles y expectantes, mientras su mirada no se desviaba de un punto fijo en la habitación. Físicamente atenazado por la esclerosis lateral amiotrófica, la fragilidad de su cuerpo contrastaba con la prodigiosa brillantez de su mente. Hawking habló en Madrid de uno de sus temas de estudio favoritos: los ‘agujeros negros’ y los universos nacientes. El genio británico ya había demostrado que los ‘agujeros negros’, objetos tan masivos que no dejan escapar ni la luz y que por tanto son invisibles para el ojo humano, pueden detectarse por la radiación que desprenden al engullir toda la materia circundante. Como otros investigadores, parte de su trabajo se basaba en la observación de un sistema binario llamado ‘Cygnus X-1’, que está formado por una estrella normal que orbita alrededor de un ‘agujero negro’. Hawking perseguía su peculiar santo grial: una ‘teoría del todo’ que unificara la Teoría General de la Relatividad y la mecánica cuántica, las leyes físicas que gobiernan el universo a gran escala y las que actúan a nivel microscópico dentro de la materia. El fallecido físico avanzó muchas respuestas y suscitó nuevos interrogantes en una aventura intelectual casi obsesiva que marcó también sus relaciones personales, como recientemente reflejó la película ‘La teoría del todo’.

De alguna forma, Hawking y hasta entonces su inseparable primera esposa Jane formaban un particular sistema binario: ella era la estrella que giraba permanentemente alrededor de ese enigmático sabio, una especie de fuente de emisión de grandes ideas que concitaba toda la atención allí donde estuviera. A su lado, cualquiera quedaba eclipsado por su inmensa fuerza de atracción. Jane vivía por y para él desde que la esclerosis lateral amiotrófica convirtió al gran divulgador de la ciencia en una persona totalmente dependiente. Cómo no, Jane le acompañó en ese viaje en el que recibiría, además, la medalla de oro del CSIC y el premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Meses después volví a verla. Vino a Madrid, esta vez sola, para hablar en la Fundación Areces del lado más humano de la enfermedad de su esposo, que ese año tomó la decisión de dejarla para establecer una relación de pareja con una de sus enfermeras.

Años después, el nuevo Centro de Astrobiología creado en España me encargó un libro sobre el Big Bang y la evolución de la vida, como material divulgativo de la ciencia que desarrollaría ese flamante instituto de investigación. Una especie de puesta al día de cuanto Hawking y otros muchos investigadores habían aportado al conocimiento sobre el origen del Universo y de lo que somos. Aproveché las vacaciones de verano para completar el encargo. Mientras mi hijo y su madre iban a la playa, me encerraba todas las mañanas a escribir en un apartamento. En Rodalquilar (Almería). A menos de un kilómetro de la finca donde, durante doce días, estuvo enterrado el cadáver de Gabriel, el niño que soñaba con pescaítos, no mucho mayor que mi hijo por esas fechas. Esta semana, Hawking se marchó dejando un legado inmenso. Gabriel, sin la posibilidad de cumplir su sueño de ser biólogo marino. Hoy siento que estamos más cerca de poder entender las leyes que gobiernan el Universo que el asesinato de un niño a manos de la pareja de su padre. Lo segundo parece inconcebible y sin embargo ocurrió de forma atroz. La ‘teoría del todo’ que buscaba Hawking jamás podría servir para explicar los microcosmos humanos y las fuerzas que interactúan entre personas con vínculos emocionales de todo tipo. Ya sea en una casa de campo en las Hortichuelas o en un piso de un campus universitario en Cambridge. El amor, los celos, la grandeza de espíritu, la maldad… impulsan resortes inescrutables con consecuencias dispares. Desde actos brutales revestidos de la mayor vileza, como el asesinato de Gabriel, a comportamientos de enorme entereza y dignidad humana, como el mostrado por sus padres durante la búsqueda y tras el hallazgo del cuerpo. Resulta paradójico que persigamos una teoría para explicar el origen y la evolución de la vida cuando hay, entre nosotros, quienes destruyen vidas ajenas si son un estorbo para las suyas. Afortunadamente, la generosidad, la solidaridad y otros rasgos luminosos de la condición humana brillan con más intensidad que las facetas más sombrías e invisibles que anidan en nuestro interior. Salvo muy pocos, todos seguimos sin poder explicarnos cómo se puede ser capaz de matar a un niño. Y en este caso, nuestra ignorancia, perplejidad y dolor es, inequívocamente, la más esperanzadora de las señales.

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