Vivimos tiempos de incertidumbre donde cualquier cosa parece que puede suceder. En España, por el contrario, seguimos instalados en el día de la marmota, con un bloqueo institucional que ya dura demasiado. Entramos en la semana decisiva
La crisis humanitaria protagonizada en agosto por el ‘Open Arms’ evidenció una vez más las terribles consecuencias de la falta de una política migratoria común en la Unión Europea. Como miles de españoles asistí, estupefacto, al agónico drama que no parecía tener fin para los inmigrantes rescatados, enfrascado en pleno descanso estival con la lectura de la novela ‘La capital’ (Seix Barral). La obra del austriaco Robert Menasse refleja magistralmente las interioridades de la vida política en Bruselas, la crisis de confianza en las instituciones comunitarias (justo cuando son más necesarias) y las razones de fondo que explican, por ejemplo, por qué en estos tiempos de nacionalismos y populismos la UE muestra su rostro más inoperante ante dramas como el vivido en el Mediterráneo por el buque de bandera española. Durante esos mismos días, en paralelo quedé cautivado por la fascinante serie de la BBC ‘Years and years’ (HBO), un relato distópico que fabula con un panorama aterrador entre 2021 y 2030. Partiendo del estado actual del mundo, imagina un ataque nuclear de Estados Unidos a China ordenado por Donald Trump, una crisis financiera que lleva a la ruina de nuevo a las clases medias y un auge del populismo totalitario en el Reino Unido que termina por desembocar en campos de reclusión para los inmigrantes que intentan entrar en el país. Entre la radiografía hiperrealista de la novela de Menasse y el relato ficcionado de la serie británica parece mediar un abismo, pero lo inquietante es que, de alguna forma, el futuro descrito en ‘Years and years’ no es tan descabellado como parece. De hecho, en muchos aspectos es más que plausible. Vivimos tiempos inciertos donde cualquier cosa parece que puede suceder. Quien hoy está arriba, mañana pueda estar abajo. Y viceversa. Nada termina de solidificarse. Todo sucede deprisa, muy deprisa, demasiado deprisa.
Veamos. En menos de un mes, Matteo Salvini, el líder ultraderechista de la Liga Norte y exministro italiano de Interior, ha pasado del todo a la nada. Hace unas semanas se mofaba del ‘Open Arms’: «¿Organizan cruceros turísticos y deciden ellos dónde desembarcar?». Y vendía como un triunfo personal que el Gobierno español tuviera que ofrecer un puerto para el barco humanitario. Se sentía tan fuerte que luego quiso hacer caer al Gobierno italiano para redoblar su poder. La jugada le salió mal, rematadamente mal, y ha sido él quien se ha visto esta misma semana expulsado del Ejecutivo de Roma.
Otro que venía arrasando era el nuevo primer ministro británico Boris Johnson, empeñado en un ‘Brexit’ el 31 de octubre, con o sin acuerdo. Todo le salía como quería hasta que las cabezas más juiciosas de la política británica le han parado los pies. El estrafalario exalcalde de Londres y antiguo periodista, uno de los muchos que durante años engañaban a sus lectores diciendo que la malvada Comisión Europea iba a prohibir los plátanos con determinada curvatura o los autobuses de dos pisos, intentó anular a la Cámara de los Comunes modificando su agenda parlamentaria. Pero entre los suyos hubo quien se rebeló y ha sido el Parlamento quien le ha arrebatado el control del ‘Brexit’. Todo apunta ahora a una llamada a las urnas. Y en unas elecciones, pese a las ventajas que le otorgan los sondeos, cualquier cosa puede pasar.
En España, por el contrario, seguimos igual, instalados en el día de la marmota, con un bloqueo institucional que ya dura demasiado y con la posibilidad cada vez más real de encaminarnos hacia nuevas elecciones generales. No es lo más conveniente porque hay indicios de ralentización económica a nivel internacional, la hipótesis de un ‘Brexit’ duro cobra cada día más fuerza, está al caer la sentencia del ‘procés’… Tanta incertidumbre no puede traer nada bueno en términos políticos y económicos.
Pero como he apuntado anteriormente, lo que hoy parece imposible mañana puede producirse. El mero hecho de que el PSOE ofrezca a Podemos puestos en el Centro de Investigaciones Sociológicas o en la Comisión Nacional del Mercado de Valores, dos entes que funcionan precisamente cuando no están politizados, parece algo irreal, por disparatado que resulta, pero está en la línea del todo es posible de nuestros días. De ahí que en el último momento quizá nos encontremos con un pacto entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Entramos en la semana decisiva. El presidente en funciones debe decidir ya si se presenta a la investidura o si las Cortes se disuelven el 23 de septiembre para que las nuevas elecciones (las cuartas generales en cuatro años) se celebren el 10 de noviembre. En la Región, después de unos comicios autonómicos que están ya muy lejanos en el tiempo, es hora de que el Gobierno empiece a funcionar. Se acabó el verano. Hay mucho trabajo por hacer y demasiadas incertidumbres en el horizonte.