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Un bichito muy pequeño

La ventana de contención del nuevo coronavirus se cerró súbitamente el pasado domingo a nivel global, pero las medidas adoptadas por las autoridades españolas son razonables. Nuestro sistema público de salud está preparado para este desafío

Han pasado 40 años desde que a Jesús Sancho Rof, el ministro de Sanidad al que le explotó la crisis del aceite de colza, se le atribuyeron unas palabras sobre un caso de neumonía mortal en Torrejón que luego resultó ser una de las primeras víctimas del síndrome tóxico: «El mal lo causa un bichito. Es tan pequeño que si se cae de la mesa se mata». La frase le persigue desde entonces. Hace cinco años, este ministro de UCD aseguró que se trata de una leyenda urbana. Y se defiende. Dijo que tras revelarse en la autopsia la presencia de la bacteria ‘Mycoplasma pneumoniae’, a la pregunta de un periodista de si se iba a investigar la base estadounidense de Torrejón, él se limitó a decir: «Es una enfermedad que se transmite por el aire, ¿qué quiere que busquemos en Torrejón? ¿Mycoplasmas muertos por el suelo?»

Cualquiera de las dos alternativas (en la segunda tampoco queda bien el periodista) valen para consolidar este episodio como un verdadero paradigma de mala comunicación en situaciones de crisis sanitaria. Desde la aparición de la enfermedad de las ‘vacas locas’, los Gobiernos han dejado, con buen criterio, la comunicación en manos de profesionales especializados, como sucede ahora con el nuevo coronavirus. Se ha mejorado mucho, pero aún estamos lejos de una óptima información porque a la impericia, a veces de políticos, periodistas, e incluso de médicos, se suman ahora los bulos que circulan por las redes sociales. Mal asunto porque la alerta por el coronavirus va para largo y está teniendo todo tipo de consecuencias.

En la gestión de toda crisis sanitaria de origen vírico existe una ventana de contención. Un intervalo de tiempo, por regla general no demasiado extenso, en el que es posible acotar un brote antes de que pueda quedar fuera de control. Esa ventana de oportunidad se abre y se cierra sin previo aviso. Para aprovecharla hay que estar alerta y actuar con celeridad. El pasado domingo, la ventana de contención del coronavirus prácticamente quedó cerrada a nivel global. Todos los esfuerzos de China por contener la propagación del agente infeccioso en Wuhan fracasaron, pese a mantener aislada a la población de ciudades enteras. Cuando el coronavirus llegó a Italia solo era cuestión de tiempo la aparición en España de casos importados, pero también de casos locales, infectados que no han estado en zonas de riesgo, que no han tenido contacto con personas enfermas o que hayan viajado al extranjero recientemente. Solo si hubiera una transmisión descontrolada y una entrada masiva de casos importados, habría que pasar a la fase de mitigación, que implican el reforzamiento de toda la estructura de atención hospitalaria.

Por lo que hoy saben los científicos del nuevo coronavirus, existen más motivos de preocupación para los economistas que para los expertos en salud pública. Todavía no se dispone de una vacuna ni se conoce cómo saltó la barrera de las especies afectando a los humanos, pero los primeros datos indican que su mortalidad no excede del 4% y que en la inmensa mayoría de los casos produce síntomas leves. Son las personas de mayor edad o con patologías respiratorias de base las más vulnerables. Eso debería tranquilizarnos a nivel personal, pero no por eso debe bajarse la guardia con las medidas sanitarias. El hecho de que este microorganismo sea altamente contagioso, y de que existan portadores sin síntomas, dificulta su detección y facilita su propagación. De ahí que una tasa de mortalidad del 3 ó 4% puede ser considerable si los infectados a nivel mundial se multiplican exponencialmente. Los virus son seres vivos que pueden mutar, adquiriendo una menor o mayor agresividad. De ahí que resulten razonables todas las medidas de las autoridades sanitarias españolas. Con todas sus limitaciones financieras, al cabo de cuarenta años tenemos uno de los mejores sistemas de salud pública del mundo y una comunidad biomédica de primer nivel, que estará a la altura del nuevo desafío. Y esto sí que no es una leyenda urbana, sino una realidad que nos tranquiliza y llena de orgullo.

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