Lo peor para Pedro Sánchez y López Miras no es carecer de un vasto respaldo político o de unas cuentas ajustadas a los efectos de la pandemia. Es la constatación de que el perfil y la estructura de sus gobiernos de coalición son un lastre para gestionar este desastre
El Gobierno de López Miras ya dispone de un Presupuesto para 2020 que le servirá para maniobrar con algo de holgura en estos primeros embates de la crisis, pero a nadie se le oculta que estas cuentas públicas de la Comunidad son un espejismo, una partitura que habrá de rehacerse a lo largo de los próximos meses. Lo deseable es que cualquier hoja de ruta presupuestaria, esta o la que finalmente se ejecute, tenga el mayor consenso entre Gobierno y oposición, como ha reclamado buena parte de la sociedad civil murciana en nuestras páginas. Lamentablemente, la negociación exprés entre PP y PSOE no llegó a buen puerto. Con sinceridad, no esperaba lo contrario, aunque teóricamente no fueron grandes obstáculos los que bloquearon un acuerdo. Percibo demasiada ausencia de química entre Miras y Conesa, demasiado tacticismo en uno y otro, como para pensar en la posibilidad, a corto o medio plazo, de ese necesario y sólido pacto. Cómo va a ser fácil si desde mayo pasado López Miras ningunea sistemáticamente a Conesa, y Conesa llama sistemáticamente llorica a López Miras mientras hace ademán de tenderle la mano. Lo cierto es que solo 24 horas después de la aprobación de las cuentas regionales volvieron las hostilidades entre ambos partidos en las redes sociales.
En el Gobierno central la situación aún es más compleja. Sin apenas avances para esos nuevos pactos de La Moncloa, la crisis del coronavirus está dejando cada vez más solo a Sánchez en el Congreso de los Diputados, donde tendrá muy difícil aprobar una cuentas públicas que sustituyan a las diseñadas por Cristóbal Montoro. No acaba el Ejecutivo de Sánchez de resolver ninguno de los problemas que arrastra desde el inicio de la crisis, como la falta de test o de material de protección que nos ha convertido en el país con más tasa de sanitarios infectados. O las dudas sobre los datos de fallecidos y contagiados, la situación de las residencias de ancianos, y los problemas de comunicación y coordinación, como el vivido esta semana con las condiciones para las salidas de los niños.
En todo caso, lo peor para Pedro Sánchez y Fernando López Miras no es la carencia de un vasto respaldo político o de unas cuentas ajustadas a los descomunales efectos de la pandemia. Es la constatación de que el perfil y la estructura de sus respectivos gobiernos de coalición son un enorme lastre para encarar la gestión de este monumental desastre. La hipertrofia del Ejecutivo de Sánchez, abiertamente cuestionada desde que se conoció la larga lista de ministros y el controvertido reparto competencial, no hace sino entorpecer la gestión de una crisis donde PSOE y Podemos van demasiadas veces a su aire. Por la alta exigencia de este desafío, la idoneidad de no pocos ministros está quedando más que en evidencia. Lo mismo sucede con parte de los miembros del Gobierno regional. Con luces y sombras, el consejero de Salud, Manuel Villegas, está dando la talla y transmitiendo una tranquilidad que viene acompañada por las cifras de la pandemia en la Región, un mérito que recae fundamentalmente en la generosidad y entrega de un personal sanitario volcado en su tarea sin la protección y número de test necesarios. Dicho eso, su papel sobresale del resto.
La destitución en el último Consejo de Gobierno de la directora general encargada de la (calamitosa) gestión de los ERTE, junto a la última de las recurrentes turbulencias en la Consejería de Empresa, incluida la espantada del que hasta ahora era el secretario general y el cambio de manos de las competencias de comercio, son reveladoras de la debilidad e inconsistencia en la gestión que se proyecta de modo más visible por el flanco naranja del Ejecutivo. Porque a lo anterior hay que sumar la aportación inane de la Consejería de Isabel Franco, que en ocasiones parece ir incluso a la contra. Desaparecidas en combate están las consejeras Beatriz Ballesteros y Cristina Sánchez, esta última al frente de la vital cartera de Turismo.
Sánchez y Miras tendrían motivos sobrados para hacer crisis de gobierno, pero hoy podrían hacer cualquier cosa excepto cambiar de generales en plena batalla. Y aunque tuvieran los arrestos políticos para acometerlas, ni siquiera podrían elegir la alineación completa, puesto que sería una tarea obligadamente compartida con Podemos y Ciudadanos. La pandemia llegó en el peor momento político posible, con el escenario de mayor polarización desde el comienzo de la democracia y con gobiernos de coalición en muchas administraciones públicas que fueron creados con criterios muy alejados de la eficiencia en la gestión.
Fernando Jiménez, profesor de Ciencia Política de la UMU, ya señalaba el pasado domingo en LA VERDAD cómo una de las grandes sombras en la gestión de la pandemia son las dudas sobre la capacidad de nuestras estructuras políticas, atenazadas por las prácticas clientelares, la politización de los niveles técnicos en las administraciones en detrimento de la profesionalización de la gestión pública, la falta de flexibilidad en la función pública… En esta crisis, donde hemos visto publicarse órdenes trascendentales en el BOE quince minutos antes de su entrada en vigor, para luego sufrir sucesivas rectificaciones en los días siguientes, está quedando en muy mal lugar la gestión pública por culpa de un sinfín de personas que desembarcaron en la política con nula trayectoria profesional.
El profesor Rafael Jiménez Asensio, quien aboga por expulsar de las filas de la política no solo a los corruptos, sino también a los incompetentes, escribía recientemente: «No podemos tolerar ni un minuto más tanta incompetencia directiva teñida de amateurismo», dice este experto en organización constitucional del Estado. Nos ha pillado la peor de las crisis con los peores líderes. Agárrense.