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Tomar distancia

Para preservar nuestra salud física y mental, en estas batallas sanitarias y políticas que vivimos con la pandemia de la Covid-19 es muy aconsejable alejarse de las trincheras donde se libran viejas disputas cainitas y tomar perspectiva

En muchos aspectos de la vida siempre es aconsejable tomar distancias para observar lo que acontece. Ahora, de una forma especial, porque en esta pandemia la única receta infalible para preservar la salud física es el distanciamiento social. Si además queremos transitar por esta crisis en buen estado de salud mental, nada mejor que tomar también cierta distancia de nuestra polarizada vida pública, donde una vez más aparecen las dos grandes trincheras políticas y esa vocación cainita tan española.

Mañana entramos en la segunda fase de la desescalada, esperemos que con la principal lección aprendida: las medidas de higiene y el distanciamiento son nuestros mejores escudos. Lo ganado con el confinamiento permite relajar algunas medidas para prevenir la infección. Algo de luz se otea al final del túnel. Pero el virus no se ha ido y no hay aún vacuna disponible. El Sars-CoV-2 todavía atesora muchos misterios para los investigadores. Uno de ellos es por qué algunos infectados muestran gran capacidad para transmitir el virus, a diferencia de la gran mayoría de los contagiados. Alrededor del 10% de los infectados serían causantes del 80% de los casos. La prestigiosa revista ‘Science’ arrojó luz esta semana con información útil y esclarecedora, al analizar los brotes de decenas e incluso cientos de casos que figuran en la base de datos de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. Desde un grupo de 800 casos originados en un dormitorio para trabajadores migrantes en Singapur a 80 infecciones vinculadas a locales de música en vivo en Osaka y 61 entre los miembros de un coro de una iglesia de Mount Vernon, en Washington. Todas estas infecciones grupales se han producido en barcos, residencias de ancianos, plantas de procesado de carne, estaciones de esquí, iglesias, restaurantes, hospitales y prisiones, entre otros recintos. Lo interesante de esta información es que valida la recomendación de limitar las aglomeraciones en locales cerrados, donde el virus puede permanecer ocasionalmente en gotitas en suspensión en el aire, y a sugerir que podrían aliviarse las restricciones a las actividades al aire libre (solo se detectó un gran brote, 56 asistentes a una clase de zumba en Corea del Sur). Todo apunta en la misma dirección: se esté donde esté, la mejor protección es mantener esa distancia de separación física de dos metros.

La gestión de esta crisis está también entrando en una nueva fase política, donde la crispación y la lucha partidista está alcanzando cotas preocupantes. El Gobierno no hace nada para concitar el apoyo del principal partido de la oposición y éste rechaza cualquier acercamiento constructivo, exigible a toda formación de Estado. Si ya estaba complicado el panorama, el acuerdo del PSOE y Podemos con Bildu no ha hecho sino empeorarlo porque dinamita el imprescindible diálogo social entre empresarios, sindicatos y Gobierno. Digan lo que digan las insólitas encuestas del CIS de Tezanos (¡de marzo a mayo creció del 35,8% hasta el 70,1% el porcentaje de españoles que consideran buena o muy buena su situación económica personal!), el durísimo escenario que dibujan todas las instituciones de referencia europeas y nacionales aconsejan el máximo consenso. En lugar de eso, parece que parte de los esfuerzos se centran en ponérselo aún más difícil a muchos sectores productivos, como la hostelería; a las administraciones locales, sin recursos, por ejemplo, para cumplir con las exigencias de Sanidad en las playas, o a las propias familias, que deberán gastarse un pico en mascarillas para protegerse.

Corremos el riesgo de que con estas batallas políticas entre las derechas y las izquierdas acabemos por olvidarnos de que estamos en guerra contra un virus que ya ha causado 28.000 muertos en nuestro país. Existe esa tercera España que fue evocada en el siglo pasado por Salvador de Madariaga, que no quiere ser partícipe de enfrentamientos cainitas entre bandos históricamente enfrentados, pero que parece invisible porque no recurre al griterío. Un país de ciudadanos comprometidos con sus instituciones democráticas, hartos de dobles varas de medir, de quienes ven la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Personas que condenan todo tipo de escraches, sea quien sea el destinatario. Que hacen bandera de su tolerancia y se distancian de los radicalismos de uno y otro signo. Que crezcan en número debería ser nuestro mayor anhelo.

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