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Regeneración política

Henry Kissinger pronunció en una ocasión una lapidaria frase que es todo un exponente de cinismo: «Los políticos corruptos dañan la reputación del diez por ciento restante». El porcentaje de políticos que traspasan las líneas rojas de la decencia no es el que exageradamente apuntaba el veterano mandatario, pero lo relevante es que hacen falta pocos casos para que se desplome la confianza en toda la clase política. Si a eso le sumamos la percepción de que los dirigentes actuales son cada vez más ineficaces y constituyen uno de los principales problemas del país, el panorama se torna sombrío. Los barómetros del CIS, así como el presentado esta semana por la Universidad de Murcia, reflejan cómo crece la brecha entre la sociedad y sus representantes. Los partidos han contribuido a esa situación al sustituir la confrontación de ideas por mensajes muy básicos que se repiten machaconamente buscando una respuesta emocional. Se busca la victoria en las urnas por la vía del desgaste del adversario, no por la generación de propuestas convincentes. Se habla más con las tripas que con la cabeza sin alejarse un ápice de los argumentarios cocinados cada mañana por los aparatos de los partidos. Mientras tanto, los avances han sido residuales en democracia interna y en participación ciudadana. Los debates sobre las listas abiertas, la limitación de mandatos, el control de los poderes públicos, la participación de la sociedad civil en la toma de decisiones, la asunción de responsabilidades políticas, la financiación de los partidos y la transparencia en la gestión de las cuentas públicas se orillan después de cada cita con las urnas sin que se perciban avances sustanciales en la calidad de nuestra vida democrática. Es cierto que muchas de esas cuestiones no son una clamorosa demanda social, y que incluso hay tolerancia con comportamientos poco éticos que no tienen castigo electoral, pero los tiempos están cambiando hacia un nivel de exigencia cada vez mayor. En este clima de desafección, que no existía en la Transición cuando todo estaba por construir e imperaba la cultura del pacto, contar con los más preparados es complicado. La remuneración de los políticos es, en muchos casos, exigua y en otros sorprendentemente alta sin que haya correlación entre el nivel de responsabilidad y la retribución que se percibe. Aún no es perceptible, porque estas tendencias se cocinan lentamente, pero los dirigentes que no lideren estos cambios en la forma de hacer política y relacionarse con la ciudadanía están condenados a desaparecer en un plazo no lejano. Con las elecciones a la vista, los tres partidos con representación en la Asamblea asumen ahora nuevos compromisos de transparencia y regeneración. Es un paso positivo, aunque me temo que insuficiente.

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